[vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][vc_column_text]Todavía me estremezco al recordar la sensación de comenzar a menstruar en la secundaria. Disimular los cólicos, hacer mil malabares para que nadie viera que llevaba una toallita al baño, el terror paralizante de haberme manchado el uniforme. Por la misma época, también recuerdo una abrumadora incomodidad y extrañeza con la nueva forma de mi cuerpo, empecé a usar ropa holgada y caminar encorvada. Recuerdo que pensar que inminentemente llegaría el momento de usar un rastrillo para los vellitos de mis piernas me ponía muy nerviosa. Recuerdo la vergüenza que sentía cuando los adultos insinuaban que me gustaba alguien, recuerdo mi diario azotadísimo, mi primer crush fatal y mis recortes de Daniel Radcliffe, Nick Carter y Tom Welling. Recuerdo las intensísimas peleas con mi mamá y la culpa que me causaban después. Recuerdo cómo mi mundo se desmoronó cuando mi mejor amiga se fue un año de intercambio. Aún hoy, evocar detalles puntuales y escribir sobre la pubertad me provoca una mezcla de nostalgia, ternura y grima. Esa “puberta” incómoda y atormentada que fui se sintió muy abrazada al ver, por primera vez, esta etapa retratada con tanto respeto y empatía como en Red.[/vc_column_text][divider line_type=»No Line»][image_with_animation image_url=»9189″ alignment=»center» animation=»Fade In» border_radius=»none» box_shadow=»none» max_width=»100%»][divider line_type=»No Line»][vc_column_text]Mei tiene trece años, es chino-canadiense y vive en Toronto. Tiene un grupo de amigas a quienes adora, es una estudiante perfecta, una hija obediente y es ultra fan de la boy band del momento. Un día, despierta y descubre que su cuerpo ha cambiado. Hay vellitos donde no los había y un olor extraño. Estos cambios físicos y mentales, aquí metaforizados como la transformación de niña a panda rojo, ha llegado para sacudirlo todo. De pronto Mei ha dejado de caber en donde antes encajaba perfectamente, tiene nuevos e inquietantes deseos, impulsos de rebeldía y sentimientos a flor de piel que le causan problemas con su madre. En cuanto su mamá se entera de que llegó aquel momento tan temido, le muestra el único camino que conoce: hay que esconder a toda costa su panditud, Se desborda en consejos y cuidados para lidiar con el inconveniente, pero pronto queda claro que ha dejado de ser el único refugio para su hija.
Esta transición entre la niñez y la juventud es un proceso mucho más complejo de lo que se nos cuenta. No se trata solamente de la fiesta que hacen las hormonas dentro de nuestros cuerpos, sino de la confusión que esto ocasiona en tantos niveles, y que puede fácilmente convertirse en repulsión y vergüenza. Red propone un camino claro, ¿qué pasaría si estos cambios dejan de tratarse como un secreto a voces, como algo que requiere ser ocultado a como dé lugar? ¿Cómo ha afectado este mismo tabú a las generaciones que nos preceden? ¿No es lo suficientemente descolocante esta transición natural como para que la vergüenza nos obligue a vivirla en soledad?[/vc_column_text][divider line_type=»No Line»][image_with_animation image_url=»9190″ alignment=»center» animation=»Fade In» border_radius=»none» box_shadow=»none» max_width=»100%»][divider line_type=»No Line»][vc_column_text]El final de la infancia no es un corte de tajo. Es un movimiento que irrumpe en nuestro mundo interno y altera nuestra relación con el mundo externo. Es un periodo de duelos y comienzos, de exploración e incertidumbre. Comenzamos a tener una vida aparte de la mirada del núcleo familiar, donde encontramos la oportunidad de explorar nuestras identidades en otros términos. Más allá de los cambios físicos, éste es el aspecto que más le cuesta a la protagonista asimilar, le aterra que su evolución la aleje irremediablemente de su madre. El pánico de su madre y sus reacciones viscerales vienen de un lugar muy similar. No es sólo Mei quien está enfrentándose por primera vez a algo desconocido y aterrador: a pesar de haber pasado por lo mismo a su edad, vivirlo desde esta otra trinchera también es nuevo para su madre.[/vc_column_text][divider line_type=»No Line»][image_with_animation image_url=»9191″ alignment=»center» animation=»Fade In» border_radius=»none» box_shadow=»none» max_width=»100%»][divider line_type=»No Line»][vc_column_text]Red se coloca en un intersticio de vida muy difícil de comprender y retratar, especialmente para las mujeres. Entre las expectativas de cada familia y cada cultura, las representaciones de los medios y las imposiciones de la sociedad, queda muy poco espacio para escuchar a nuestros cuerpos y nuestros corazoncitos. La pubertad se describe comúnmente como una etapa terrible y dolorosa, pero ¿qué tanto de ello se debe a estas exigencias externas que no nos permiten atravesarla a nuestro ritmo? Resulta revitalizante y conmovedor ver el respeto con que Domee Shi —la primera mujer en dirigir un largometraje de Pixar— y su equipo —el primero liderado por mujeres en la historia del estudio— celebran a sus personajes, en toda su incomodidad y confusión. Han creado un universo donde cabe en toda su plenitud, donde su búsqueda, sus dolores, sus deseos e inquietudes son válidas y relevantes. Nos toca crear espacios así para quienes están atravesando por estos cambios fuera de las pantallas.
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