[vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][vc_column_text]Autora: Nayma Flores – Melodrama[/vc_column_text][vc_column_text]La presentación de la más reciente colección de la diseñadora mexicana Carla Fernández ha sido ampliamente comentada en redes sociales aunque probablemente no por las razones que le hubieran gustado a la diseñadora originaria de Coahuila y considerada una de las diseñadoras clave para entender el ascenso de la industria de la moda mexicana de principios de la década de los dos mil.
Presentada en el marco del decimoquinto aniversario de Fashion Week México, auspiciado por Mercedes Benz, la colección llamó la atención del público en un primer momento debido a su título: “Manifesto of Fashion as Resistance” (Manifiesto de la moda como resistencia), y es que no podemos evitar preguntarnos ¿cómo resiste exactamente una mujer blanca y evidentemente privilegiada que ha formado parte de la hegemonía de la industria de la moda mexicana desde hace más de una década y que es conocida por su extractivismo continuo a comunidades indígenas?
Por si fuera poco, MAC Cosmetics, la marca que auspicia el maquillaje utilizado en las pasarelas de la semana de la moda, hizo públicas algunas imágenes del backstage del desfile y de los nombres que la diseñadora proporcionó para cada uno de los tres looks que utilizaron las modelos: “feminista”, “protesta” e “indígena”, poniendo sobre la mesa no solo la falta de empatía y prudencia de las marcas de belleza y moda en México, sino también la reflexión en torno al purplewashing, aunque no es de sorprenderse en realidad que la industria de la moda sea uno de los mejores exponentes del sistema neoliberal.
Cada temporada, cada semana de la moda, cada que una marca decide lanzar una cápsula, colaboración, editorial o simplemente postear en instagram, para fortuna del neoliberalismo y para desgracia de todes les demás, veremos cómo se comercializan productos, sí, pero también sentimientos, identidades y luchas. Etiquetado de “inspiración” o hasta de “homenaje” (en los casos más cínicos), la industria de la moda dominada por personas blancas y privilegiadas, ha rebajado a recurso estético movimientos y luchas sociales de aquelles históricamente marginades. Pasa en la industria internacional pero también en la mexicana.
Aunque su desarrollo y consolidación no se puede comparar con sus homólogas estadounidenses o europeas, la industria de la moda mexicana ha sabido adaptar estrategias de marketing para presentarse como espacios y proyectos inclusivos y amigables con sujetxs oprimidxs, sin comprometerse verdaderamente con el discurso que propagan, sino simplemente para venderles algo.
El purplewashing es, precisamente, una de estas estrategias que ha encontrado popularidad reciente entre muchas marcas, empresas e incluso el propio Estado, pues ocurre cuando el discurso feminista es cooptado con un fin de explotación comercial.
En la industria de la moda mexicana el purplewashing ha ocurrido con una alarmante frecuencia durante los últimos años: sucedió en 2019 cuando la marca Ethnology lanzó una tote bag con la leyenda “aquí traigo mi diamantina rosa”, haciendo referencia a las marchas feministas de dicho año en Ciudad de México, en el que las asistentes lanzaron glitter rosa a Jesús Orta, ex Secretario de seguridad de la CDMX, en protesta por la violación de dos menores de edad por policías . Sucedió también con la diseñadora Ale Quesada quien diseñó una serie de combat boots “feministas” (con todo y una etiqueta que decía #NiUnaMenos) para la tienda departamental Liverpool, empresa que encubrió un feminicidio en 2014.
¿Cómo ayudan estos articulos, o en el caso de Carla Fernandez, estos looks, al movimiento feminista, a las luchas diarias por la equidad de género y los derechos de las mujeres? la respuesta es sumamente sencilla: no lo hacen.
Hablar sobre resistencia, justicia o impuestos a los ricos, mientras se estampan en prendas o accesorios, no es más que activismo performativo, pues las únicas mujeres beneficiarias detrás del purplewashing son aquellas detrás de estas marcas y empresas (en el caso de Ale Quesada o Carla Fernandez) quienes evidentemente no se encuentran oprimidas y gozan de suficiente poder económico, cultural y algunas veces hasta político, para nombrarse protagonistas de luchas que no les corresponden aunque también se identifiquen como mujeres y feministas.
Ellas, la propia Carla incluida, se benefician del capital que les otorgará presentarse a la industria internacional como marcas “socialmente responsables”, los miles de pesos que llegan a costar sus productos vendidos en boutiques o pop ups en el extranjero, y cuyas ganancias evidentemente no llegarán a colectivos feministas, víctimas de violencia de género ni tampoco generarán acciones concretas que busquen mejores condiciones para las mujeres de nuestro país.
Ellas seguirán explotando mujeres indígenas como mano de obra barata bajo el discurso hipócrita, con tintes de salvación, racismo y no menos imperialismo, del retorno a las raíces, de la igualdad, del “es que todos somos mexicanos”.
Ni la protesta ni el feminismo son un «look», Carla[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]