¡Genias! Mujeres que hacen cómic de coloristas a creadoras

Abr 25, 2018

Ira Franco, su nombre contundente  (igual que ella) se te queda en la memoria, como ella afirma “es un buen nombre, corto y punk”. Ira vive de escribir: es novelista, hace crítica de cine y teatro, pública en diferentes revistas, una de ellas es Chilango, también ha hecho guiones para cine, dentro de poco va a publicar su primera novela  La reina está muerta en Paraíso Perdido.

En su blog se pueden leer algunos de sus escritos que te contagian de su frescura, sinceridad y una suerte de despreocupación intensa, aquí algunos de sus títulos para que se animen: Ah qué bien se siente no entender, Vales madres si no brincas en el piano-escalera del Metro Polanco, El dios que se convierte en león. A Ira le gusta coleccionar piezas sobre todo “underground”, de autopublicación y del DIY (Do It Yourself), melómana y conocedora de cómic.

Este mes para Genias  invitamos a Ira Franco a que nos hablara de cómic y mujeres.

El cómic, para variar, es un medio encabezado por hombres y definido por sus narrativas masculinistas (siempre hay un héroe para salvarnos). En esta industria, las primeras mujeres que hicieron cómic se dedicaron a labores reproductivas y de asistencia, así como en labores minuciosas y de larga duración, por ejemplo, en el caso del cómic gringo las mujeres eran las coloristas.

En México, las editoriales que publicaban cómic en los noventa tenían una fuerte influencia de la tradición gringa, tanto en las historias de superhéroes, como en un círculo definido de autores hombres. Ante ello, la generación de chicas nacidas durante las décadas de los años 80 y 90 gestionaran otras formas de difundir sus contenidos, a través de la auto-publicación e internet, bien sea en formato de fanzine, webcómics, entre otros.

Estas otras formas de publicación les permiten libertad en los temas que abordan y en las formas de tratarlos gráficamente, que se distancian de la industria comercial de las historietas, y con esto logran generar narrativas distintas a las que definen tradicionalmente al cómic.

Ira nos compartió el trabajo de dos comiqueras mexicanxs Alejandra Espino y Alejandra Gámez cuyo trabajo trastoca la manera en que se aborda la belleza o el horror en el cómic.

Cómic publicado en la Revista Tierra Adentro, 2014. Alejandra Espino

Alejandra Espino nos muestra una exploración de la belleza, la sensualidad, de lo femenino desde una propuesta que disloca el consumo masculino, no está hecho para el disfrute de los hombres, sino para acercarse desde el propio disfrute de aquellas características que han sido normas de la feminidad, belleza, sensualidad, glamour, a a través de su propuesta nos permite verlas desde sus posibilidades lúdicas e incluso plásticas, que no atañen a una naturaleza biológica.

Alejandra Gámez, por su parte, es un ejemplo representativo que nos permite ver cómo internet es una alternativa para muchas comiqueras para difundir su trabajo y darse a conocer de manera independiente. Ella  se acerca al horror desde un enfoque muy diferente al de las narrativas tradicionalmente hechas por hombres en donde lo amenazante y el horror es externo a las personas, bien sea en forma de aliens o monstruos, este horror nos rodea.

El trabajo de Alejandra muestra cómo las mujeres que hacen cómic (o cine)  hacen una aproximación al horror desde una experiencia más íntima y personal,  que está atravesada por la experiencia corporal y cultural de ser mujeres, y que implica una relación distinta con la sangre, con el dolor, con la manera en que nuestro cuerpo existe en el espacio público, como es  leído, condicionado y violentado por instituciones y saberes, que nos vuelve -como dice Ira- “seres mucho más en la carne que los hombres”.

Òrganos, cómic de Alejandra Gámez, Abril, 2018

De esta forma, el trabajo de Alejandra Espino y Alejandra Gámez,  como el de tantas otras mujeres comiqueras, le demuestran a la industria comercial la necesidad de otras narrativas y de darle cabida a más mujeres y al mismo tiempo evidencia que no necesitamos que nadie nos abra espacio, ni mucho menos que nos den permiso para contar las historias que queremos contar, dibujar como queremos dibujar o hacer lo que queramos hacer.

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