[vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][vc_column_text]Por: Inés Giménez Delgado/ Píkara Magazine[/vc_column_text][vc_column_text]La represión cada vez más desproporcionada por parte del Estado y recrudecimiento de la rabia en las manifestaciones feministas en México está polarizando las opiniones, pero también creando debates sustanciales en torno a la legitimidad de las formas de protesta, sus motivos, significados y límites.
El pasado 4 de septiembre, varios colectivos feministas de la ciudad México tomaron las instalaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), una institución gubernamental creada por el Gobierno de Salinas de Gortari para, presuntamente, proteger de abusos de funcionarios o entidades públicas. En la toma participaron también colectivos de madres que llevan más de una década peinando desiertos, montes y barrancas, en busca de fosas y de rastros de vida y cuerpos de sus hijas e hijos desaparecidos.
Tenían un pliego petitorio de casi 40 puntos, firmado por Frente Nacional Ni una Menos. Entre los puntos destacan: que el gobierno reconociese y no minimizara la violencia feminicida en el país; abrir unidades especializadas en violencia de género en Fiscalías y organismos públicos de Derechos Humanos; destituir a jueces y fiscales pedófilos o pederastas; actualizar protocolos que involucran a niños, niñas y adolescentes; cumplir con los mecanismos de alerta de género; aplicar la ley, ya existente, de desaparición forzada; amnistías y acuerdos de no acción penal a mujeres en prisión por protestar, entre otros.
Algunas de las acciones de la toma transcendieron en medios y redes sociales, en especial la de esos próceres de la patria intervenidos, expuestos, rodeados de baile, cumbia, malabares y fuego. El expresidente Francisco Madero fue maquillado y ornamentado de estrellas purpura, lazos rojos y signos de ACAB (All Cops Are Bastards!). A José María Morelos y Pavón y a Benito Juárez les crecieron calaveras, cruces y cuernos en la frente. Subastados en redes sociales, comenzaron a valer mucho más que lo que originalmente habían costado. Cundió el debate. A los pocos días, la CNDH aceptó el pliego petitorio, mientras la Fiscalía y cuerpos policiales desalojaban de manera violenta a varios colectivos que, secundando la toma, habían entrado en instalaciones locales de Ecatepec, en el estado de México, uno de los municipios con más feminicidios de América Latina.
Poco después, se organizó el #Antigrita del 15 de septiembre, cuestionando el día nacional de la independencia de México, parte del relato republicano de la independencia de la Nueva España, con un “Nada que celebrar en un país donde son asesinadas 10 mujeres al día”, “Viva la Matria”. En este antigrita convergieron organizaciones de madres y de mujeres buscando a sus hijas, colectivas feministas urbanas, ciberfeministas, organizaciones de la marea verde, del movimiento queer, activistas del bloque negro… Eran organizaciones intergeneracionales con reivindicaciones, recorridos y formas de acción diversos pero con mensajes comunes: no más negación de la violencia, no más simulacros de justicia, no más feminicidios, no más desaparecidas, no más impunidad, no más promesas incumplidas, no más hipocresía, no más control patriarcal del cuerpo. “Queremos un cambio y lo queremos ya”. Ese día, entre las pintas y el fuego, los cuerpos y los pasamontañas chocaron y la pandemia pareció secundaria. Una ráfaga de viento, fuego y humo púrpura en un desierto de fosas y hospitales sin fondos. Un #Antigrita también replicado en Tijuana, en León, en Cancún, en Guanajuato…
“Mis niños a cada día esperan a su padre y me dicen “abuelita, qué pasó” – Decía una de las madres desde el balcón de la CNDH en el centro histórico de la CDMX”. “No hay instituciones que estén respaldando, resguardando o atendiendo a las mujeres que vivimos víctimas de la violencia…”, decía otra. “Somos del rincón de la Montaña de Guerrero, donde no llega la justicia. Donde los familiares de desaparecidos y asesinados son abandonados a su suerte…” gritaba otra compañera más, en representación de una caravana que había salido días antes de Chilapa para exigir audiencia con la presidencia.
En la lucha se unían generaciones y territorios. Tras los pasamontañas, las pancartas y los mensajes (“¿Qué cosecha un país que siembra cuerpos?”, “Vivan las amigas que nos sostienen cuando todo se viene abajo”, “Verga violadora, a la licuadora”) crecían las réplicas en redes, con desgarro y potencia sísmicas:[/vc_column_text][vc_column_text]#SomosManada Se llama Digna Rabia… ¡Amiga, si no vuelvo, quémalo todo!…[/vc_column_text][vc_raw_html]JTNDYmxvY2txdW90ZSUyMGNsYXNzJTNEJTIydHdpdHRlci10d2VldCUyMiUzRSUzQ3AlMjBsYW5nJTNEJTIyZXMlMjIlMjBkaXIlM0QlMjJsdHIlMjIlM0UlM0NhJTIwaHJlZiUzRCUyMmh0dHBzJTNBJTJGJTJGdHdpdHRlci5jb20lMkZoYXNodGFnJTJGU29tb3NNYW5hZGElM0ZzcmMlM0RoYXNoJTI2YW1wJTNCcmVmX3NyYyUzRHR3c3JjJTI1NUV0ZnclMjIlM0UlMjNTb21vc01hbmFkYSUzQyUyRmElM0UlRjAlOUYlOTIlQTUlMjAlM0NiciUzRUxhJTIwbGliZXJ0YWQlMjBzZSUyMGdhbmElMjBlbiUyMGxhJTIwY2FsbGUlMjBqdW50byUyMGElMjBsYXMlMjBoZXJtYW5hcyUyMCVGMCU5RiVBNCU5QyVGMCU5RiVBNCU5QiVGMCU5RiU5NCVBNSUzQ2ElMjBocmVmJTNEJTIyaHR0cHMlM0ElMkYlMkZ0d2l0dGVyLmNvbSUyRmhhc2h0YWclMkZBbnRpZ3JpdGElM0ZzcmMlM0RoYXNoJTI2YW1wJTNCcmVmX3NyYyUzRHR3c3JjJTI1NUV0ZnclMjIlM0UlMjNBbnRpZ3JpdGElM0MlMkZhJTNFJTIwJTNDYSUyMGhyZWYlM0QlMjJodHRwcyUzQSUyRiUyRnR3aXR0ZXIuY29tJTJGaGFzaHRhZyUyRm9rdXBhQ05ESCUzRnNyYyUzRGhhc2glMjZhbXAlM0JyZWZfc3JjJTNEdHdzcmMlMjU1RXRmdyUyMiUzRSUyM29rdXBhQ05ESCUzQyUyRmElM0UlMjAlM0NhJTIwaHJlZiUzRCUyMmh0dHBzJTNBJTJGJTJGdHdpdHRlci5jb20lMkZoYXNodGFnJTJGU29tb3NIaXN0JTI1QzMlMjVCM3JpY2FzJTNGc3JjJTNEaGFzaCUyNmFtcCUzQnJlZl9zcmMlM0R0d3NyYyUyNTVFdGZ3JTIyJTNFJTIzU29tb3NIaXN0JUMzJUIzcmljYXMlM0MlMkZhJTNFJTNDYnIlM0UlM0NiciUzRSVGMCU5RiU5MyVCOCUzQ2ElMjBocmVmJTNEJTIyaHR0cHMlM0ElMkYlMkZ0d2l0dGVyLmNvbSUyRkxhX1BsYXNjZW5jaWElM0ZyZWZfc3JjJTNEdHdzcmMlMjU1RXRmdyUyMiUzRSU0MExhX1BsYXNjZW5jaWElM0MlMkZhJTNFJTIwJTNDYSUyMGhyZWYlM0QlMjJodHRwcyUzQSUyRiUyRnQuY28lMkZFV05xakxQUGVEJTIyJTNFcGljLnR3aXR0ZXIuY29tJTJGRVdOcWpMUFBlRCUzQyUyRmElM0UlM0MlMkZwJTNFJTI2bWRhc2glM0IlMjBMdWNoYWRvcmFzJTIwJTI4JTQwTHVjaGFkb3Jhc01YJTI5JTIwJTNDYSUyMGhyZWYlM0QlMjJodHRwcyUzQSUyRiUyRnR3aXR0ZXIuY29tJTJGTHVjaGFkb3Jhc01YJTJGc3RhdHVzJTJGMTMwNTcxOTgyNjIxNjgyMDczNiUzRnJlZl9zcmMlM0R0d3NyYyUyNTVFdGZ3JTIyJTNFU2VwdGVtYmVyJTIwMTUlMkMlMjAyMDIwJTNDJTJGYSUzRSUzQyUyRmJsb2NrcXVvdGUlM0UlMjAlM0NzY3JpcHQlMjBhc3luYyUyMHNyYyUzRCUyMmh0dHBzJTNBJTJGJTJGcGxhdGZvcm0udHdpdHRlci5jb20lMkZ3aWRnZXRzLmpzJTIyJTIwY2hhcnNldCUzRCUyMnV0Zi04JTIyJTNFJTNDJTJGc2NyaXB0JTNF[/vc_raw_html][vc_column_text]Esta noche #Antigrita ¡Bailamos por todas! Por las que fueron y por las que vendrán[/vc_column_text][vc_raw_html]JTNDYmxvY2txdW90ZSUyMGNsYXNzJTNEJTIydHdpdHRlci10d2VldCUyMiUzRSUzQ3AlMjBsYW5nJTNEJTIyZXMlMjIlMjBkaXIlM0QlMjJsdHIlMjIlM0VFc3RhJTIwbm9jaGUlMjBlbiUyMGxhJTIwJTNDYSUyMGhyZWYlM0QlMjJodHRwcyUzQSUyRiUyRnR3aXR0ZXIuY29tJTJGaGFzaHRhZyUyRkFudGlncml0YSUzRnNyYyUzRGhhc2glMjZhbXAlM0JyZWZfc3JjJTNEdHdzcmMlMjU1RXRmdyUyMiUzRSUyM0FudGlncml0YSUzQyUyRmElM0UlRTIlOUElQTElRUYlQjglOEYlQzIlQTFCYWlsYW1vcyUyMHBvciUyMHRvZGFzJTIxJUYwJTlGJTkyJTgzJUYwJTlGJTkyJTlDJTIwJUYwJTlGJTkyJUE1UG9yJTIwbGFzJTIwcXVlJTIwZnVlcm9uJTIweSUyMHBvciUyMGxhcyUyMHF1ZSUyMHZlbmRyJUMzJUExbiVGMCU5RiU5MiVBNSUzQ2JyJTNFJTNDYnIlM0VBYnJpbW9zJTIwaGlsby4uLiUzQ2ElMjBocmVmJTNEJTIyaHR0cHMlM0ElMkYlMkZ0d2l0dGVyLmNvbSUyRmhhc2h0YWclMkZBbnRpZ3JpdGElM0ZzcmMlM0RoYXNoJTI2YW1wJTNCcmVmX3NyYyUzRHR3c3JjJTI1NUV0ZnclMjIlM0UlMjNBbnRpZ3JpdGElM0MlMkZhJTNFJTIwJTNDYSUyMGhyZWYlM0QlMjJodHRwcyUzQSUyRiUyRnR3aXR0ZXIuY29tJTJGaGFzaHRhZyUyRm9rdXBhQ05ESCUzRnNyYyUzRGhhc2glMjZhbXAlM0JyZWZfc3JjJTNEdHdzcmMlMjU1RXRmdyUyMiUzRSUyM29rdXBhQ05ESCUzQyUyRmElM0UlMjAlM0NhJTIwaHJlZiUzRCUyMmh0dHBzJTNBJTJGJTJGdHdpdHRlci5jb20lMkZoYXNodGFnJTJGU29tb3NIaXN0JTI1QzMlMjVCM3JpY2FzJTNGc3JjJTNEaGFzaCUyNmFtcCUzQnJlZl9zcmMlM0R0d3NyYyUyNTVFdGZ3JTIyJTNFJTIzU29tb3NIaXN0JUMzJUIzcmljYXMlM0MlMkZhJTNFJTNDYnIlM0UlM0NiciUzRSVGMCU5RiU5MyVCOCUzQ2ElMjBocmVmJTNEJTIyaHR0cHMlM0ElMkYlMkZ0d2l0dGVyLmNvbSUyRkxhX1BsYXNjZW5jaWElM0ZyZWZfc3JjJTNEdHdzcmMlMjU1RXRmdyUyMiUzRSU0MExhX1BsYXNjZW5jaWElM0MlMkZhJTNFJTIwJTNDYSUyMGhyZWYlM0QlMjJodHRwcyUzQSUyRiUyRnQuY28lMkZ2QzBUTDBjcFNzJTIyJTNFcGljLnR3aXR0ZXIuY29tJTJGdkMwVEwwY3BTcyUzQyUyRmElM0UlM0MlMkZwJTNFJTI2bWRhc2glM0IlMjBMdWNoYWRvcmFzJTIwJTI4JTQwTHVjaGFkb3Jhc01YJTI5JTIwJTNDYSUyMGhyZWYlM0QlMjJodHRwcyUzQSUyRiUyRnR3aXR0ZXIuY29tJTJGTHVjaGFkb3Jhc01YJTJGc3RhdHVzJTJGMTMwNTcxOTgyMDg5ODUwNDcwNSUzRnJlZl9zcmMlM0R0d3NyYyUyNTVFdGZ3JTIyJTNFU2VwdGVtYmVyJTIwMTUlMkMlMjAyMDIwJTNDJTJGYSUzRSUzQyUyRmJsb2NrcXVvdGUlM0UlMjAlM0NzY3JpcHQlMjBhc3luYyUyMHNyYyUzRCUyMmh0dHBzJTNBJTJGJTJGcGxhdGZvcm0udHdpdHRlci5jb20lMkZ3aWRnZXRzLmpzJTIyJTIwY2hhcnNldCUzRCUyMnV0Zi04JTIyJTNFJTNDJTJGc2NyaXB0JTNF[/vc_raw_html][vc_column_text]Entre la música, esa “Canción sin miedo”, una lucha por la memoria, la dignidad y la justicia, cantada a voces, que nombra lo que por años, décadas y siglos se ha tratado de silenciar, y que condensa la trayectoria de luchas (de las sufragistas, de las colectivas, de las revolucionarias, de las abortistas…) en un instante, lanzando su potencia hacia el futuro:[/vc_column_text][nectar_single_testimonial testimonial_style=»bold» color=»Accent-Color» quote=»Cantamos sin miedo, pedimos justicia
Gritamos por cada desaparecida,
Que resuene fuerte: ¡Nos queremos vivas!
¡Que caiga con fuerza el feminicida!….
Yo todo lo incendio, yo todo lo rompo. Si un día algún fulano te apaga los ojos…
Ya nada me calla, ya todo me sobra. Si tocan a una, respondemos todas…»][vc_column_text]En un país donde la violencia es generalizada y donde hubo más de 3.000 feminicidios en 2019, esta canción y la toma de la CNDH evocan el derecho al enojo, supusieron un doble gesto: uno, interpelar poder; otro, ejercer (no rogar) los derechos.
Se interpelaba al presidente Andrés Manuel López Obrador, que en varias ocasiones ha minimizado e incluso negado la existencia de un problema de género; que recortó presupuestos para los refugios de mujeres; aún y cuando la violencia contra las mujeres (cis y trans) van en aumento- como muestra la campaña “Nosotras tenemos otros datos”; y que ha tratado de deslegitimar cualquier oposición a la línea oficial como si de movimientos de derecha se tratasen todos ellos. Lo interpelaron no solo porque México es históricamente presidencialista, sino también porque es un presidente en el que la izquierda tuvo esperanzas.
Aunque “ya es Estado” – dice en entrevista telefónica la defensora Daniela Flores, de la organización feminista Las Vanders – no debería de olvidar, que fue la sociedad civil, el pueblo y las organizaciones quienes lo pusieron allí: “Si este gobierno se ha dicho progresista, se ha dicho gobierno del pueblo… debe saber que su pueblo está compuesto por mujeres feministas, por defensoras de la tierra, por mujeres que están buscando justicia por haber sido violadas, despojadas, mujeres indígenas… ese es su pueblo… y no lo está escuchando”. Como tampoco lo está escuchando la titular de la CNDH, Rosario Piedra, puesta a dedo de acuerdo las tradiciones priistas pero que, como hija de una de las lideresas sociales históricas del comité de detenidos desaparecidos ¡Eureka”, había condensado las esperanzas sociales. Sin embargo “como titular de una entidad supuestamente independiente debería haberse desmarcado más de la presidencia para garantizar “un mínimo de confidencialidad y confianza con las víctimas”.[/vc_column_text][image_with_animation image_url=»8193″ alignment=»center» animation=»Fade In» border_radius=»none» box_shadow=»none» max_width=»100%»][vc_column_text]Esta confianza es imprescindible en un país donde la filtración de expedientes por parte de Fiscalías, juzgados y órganos de investigación ponen en riesgo a las víctimas; donde el 93% de los delitos ni siquiera se denuncian y donde, de los que se denuncian, apenas un 2% llega a tribunales. Donde mientras se acumula polvo sobre miles de expedientes de feminicidios, torturas y violaciones sexuales archivados y se borran las evidencias, las víctimas se desgastan en declaraciones que sólo agrandan su dolor, sin ninguna solución. Donde la colusión de instituciones públicas, policiacas, militares y la criminalidad está tejida por hilos invisibles: los del dinero y la rapiña, una gestión necropolítica del capitalismo contemporáneo que expulsa algunos cuerpos del mapa de la vida y transciende fronteras.
En la segunda línea, la toma de la CNDH ejerció, no rogó ni solicitó, derechos. Se repartieron las despensas de alimentos almacenadas en las instalaciones gubernamentales y se creó un refugio destinado a víctimas de violencia: “Con este gobierno esperábamos justicia y apoyo – decía una de las madres en un video – pero no son ellos quien deciden nuestros derechos; somos nosotras, y si estos derechos no llegan, los tomamos…”[/vc_column_text][vc_custom_heading text=»El derecho al enojo: cómo y por qué» font_container=»tag:h2|text_align:left|color:%2320c57e» use_theme_fonts=»yes»][vc_column_text]Aunque las divisiones cundieron entre los colectivos sus proclamas continuaron vigentes. La toma de la CNDH fue un eslabón más del movimiento feminista que está haciendo historia en México y el mundo. Teje movilizaciones y protestas masivas cada #8M, y tras declaraciones e implicación de funcionarios públicos en casos de violencia que colman el vaso del hartazgo: La complicidad de instituciones en varios feminicidios (como el de Mara Castilla o Lesvy Osorio); las declaraciones de procuradores de justicia sobre explotación sexual de niños y niñas o la negación del derecho al aborto por parte de congresos locales. Los abusos sexuales impunes por parte de profesores universitarios también fueron denunciados a través del profuso #Metoo mexicano y llevaron a la toma de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales también de la UNAM y del FES Acatlán. La violencia sexual de entidades policiacas detonó la llamada “revolución de la Diamantina” de agosto de 2019. En todos estos movimientos, diversas expresiones artísticas, repertorios de protesta y símbolos fueron cobrando forma; a veces de manera calculada, otra de forma espontánea: un pañuelo verde, unas botas, el color púrpura, la diamantina, los pasamontañas, los “Antimonumenta”, estatuas conmemorativas que buscan recordar y honrar los nombres de miles de mujeres asesinadas y deglutidas en una cartografía de terror. Frente a nombres, números, actos de habla y prácticas violentas que expresan una trama de impunidad, corren como dinamita los mensajes en redes que buscan desnaturalizar la violencia machista, de Estado y de mercado.
Entre quienes reivindican la violencia contra el patrimonio como acto político, señalan que es una estrategia de protesta que busca transformar los símbolos de poder de la patria, el clero y el capital en símbolos de memoria y denuncia. Cuando en la revolución de la diamantina quedaron rayadas la Procuraduría General de Justicia (PGJ) y la fuente del Ángel con pintas “México feminicida”, “No se van a caer, lo vamos a tirar”, los medios de comunicación hegemónicos comenzaron a estigmatizar el “vandalismo” del movimiento feminista, mientras silenciaban sus mensajes o las muy variadas estrategias feministas de lucha. En réplica, restauradoras con Glitter, un colectivo independiente de más de 500 arquitectas, historiadoras, historiadoras del arte, arqueólogas y conservadoras, recordaron algunos de los movimientos iconoclastas de la historia que se expresan en la destrucción de los símbolos de poder y pidieron “no remover las pintas” de la Fuente del Ángel, “una muestra legítima de desesperación ante la inacción sistemática para resolver la violencia que aqueja a las mujeres” hasta que se atendiera la violencia feminicida en el país. Le pregunté a Daniela Flores qué significa el acto vandálico y la toma violenta del espacio público; eso que la poeta norteamericana Audre Lorde llama “el derecho al enojo”. Me habló del acto vandálico como fuerza política imaginativa, por y desde la colectividad, por el derecho y no por el privilegio:
- Siempre nos dijeron que había una lógica: ver una casa bonita, una institución bonita, una institución dentro de lo respetable, en una lógica dispuesta para los privilegiados, para el poder, para los que van a acceder a él y para los que lo van a ejercer. Y el acto vandálico quiere romper esa lógica que ha hecho que el poder opresor prevalezca, se agudice y se perfeccione a sí mismo generando procesos de micropolítica… En este contexto, el acto vandálico utiliza la imaginación como apuesta política. Arma la protesta para que pueda ser mirada como un acto de ruptura y de corte de esa lógica normativa que hace que la seguridad económica y la vida vivible sea solo de unos cuantos…. Todas tenemos derecho a la vida, a la seguridad de vida, a la seguridad financiera de vida, a la seguridad física, psicológica y emocional de vida. Y si esto no es para todas tenemos que decir que aquí algo no está bien. Por eso el acto vandálico es tan potente. Tiene que estar de esa manera. Tiene que romper. Porque sino, no lo volteamos a ver, no volteamos a cuestionar… porque sino esa potencia… pues no es una potencia….
El vandalismo en el espacio público, como acto situacionista y ejercicio de protesta, busca así mostrar el enojo, el hartazgo y la necesidad de ruptura, hace visible lo invisible. Urge a cuestionar la inacción del poder y a desnormalizar las violencias del capitalismo patriarcal colonial. No es una forma de protesta única o absoluta, sino que en ella se gestan contradicciones, diferencias y debates.
El acto vandálico, como dice Daniela, no está reñido con continuar “tejiendo redes de autocuidado colectivo, crear espacios de vida y de luz, de corresponsabilidad social, hacer la lucha política desde diferentes espacios, desde lo político-público y desde lo político-íntimo”. No obstante, caricaturizado desde los medios de comunicación ha sido criticado en la esfera pública como si fuera el único acto de protesta feminista. Por su parte, el Estado mexicano ha hecho uso desproporcionado de la fuerza para reprimir a las manifestantes y llamar al linchamiento público, como se vio el se vio el pasado 28 de septiembre en la marcha verde en defensa del derecho al aborto, cuando las manifestantes fueron cercadas por un cuerpo de granaderos a la altura del palacio de Bellas Artes en Reforma. Esto, cuenta Teresa González, defensora de derechos humanos que llegó a la manifestación a eso de las cuatro “fue presentado por parte de los medios de comunicación como si hubiera sido un enfrentamiento individual entre feministas y policías mujeres cuando lo que hubo fue un operativo orquestado y sistemático.”
Al preguntarle, vía telefónica, a qué se refiere, me habló de los dispositivos de ley y orden en la marcha verde: “un primer cerco, de mujeres policías rodeadas de un segundo cerco de policías granaderos hombres, que comenzaron a sacar extintores y a rociar con polvo a todas las manifestantes por igual, que aventaron bombas de gas lacrimógeno con las características y colores (rosa, morado y verde) que tienen las bombas de humo que se usan en las marchas feministas”. Un acto de represión premeditado violento y criminalizador del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, parecido a los “encapsulamientos” (cerco de manifestantes) que solían darse durante gobierno de Peña Nieto. Mecanismos represivos que ya habían visto en la marcha del 8 de marzo de este 2020 cuando varios “hombres con cortes militares apostados en puntos clave y que se veían bajo una cadena de mando aventaron bombas molotov en la marcha, hiriendo a varias compañeras”.
Justo antes, y en medio del desgaste, la persecución y las ansiedades ocasionadas por la criminalización de la marcha, la jefa de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, que se declaraba feminista al tiempo que denostaba las formas de protesta del movimiento, insinuaba apoyo financiero al movimiento feminista por parte de empresas evasoras fiscales y, negando el uso de aparatos de estado para la investigación de movimientos sociales, llamaba a los medios de comunicación a cumplir un rol justiciero y hacer un linchamiento público.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]