[vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][vc_column_text]
Para Tatita y Chelito, por supuesto, pero también para Ale
[/vc_column_text][vc_column_text]A principios de 2020 tomé el teléfono y mi corazón se detuvo. «Chelito se cayó, van camino al hospital.» Pronto supimos que se había fracturado la cadera y que tenía que pasar ahí noche en espera de su cirugía del día siguiente. Por mi calidad de freelance de ese entonces, tuve la posibilidad de ir a acompañarla y cuidarla cuando todos los demás estaban ocupados. Burlé el estricto sistema de seguridad de la clínica y logré contrabandear unos panecitos dulces y un osito de peluche –porque, según las autoridades del lugar, los ositos de peluche son peligrosos– con el que pasó largos ratos de diversión para después quedarse dormida abrazándolo. Chelito tiene Alzheimer, así que nunca logró retener la información necesaria para entender qué era lo que la había llevado a esa cama en ese lugar. Sin embargo, cada que abría los ojos o volteaba hacia a mí y me descubría a su lado, parecía saber que yo estaba ahí para cuidarla, que en ese preciso instante, lo único que me importaba en el mundo era ella.[/vc_column_text][vc_column_text]Pocas semanas después de aquel episodio, una coincidencia muy afortunada me llevó a encontrarme con Ale Emeuvé –a través de un taller precioso que impartió– y, por consecuencia, con su libro Su cuerpo dejarán. Estos encuentros, que hasta el día de hoy me siguen sacudiendo la vida de maneras inesperadas, en ese momento llegaron como un bálsamo que mi corazón no sabía que necesitaba.[/vc_column_text][vc_column_text]Mientras leía el libro –en unas cuantas horas que pudieron ser menos si no me hubiera tenido que detener a llorar un montón de veces–, me reencontré con mi mamá que ha sido siempre cuidadora de familia, amigos y conocidos solitarios, con Tatita, que estuvo en cama desvaneciéndose por casi una década tras fracturarse la cadera –¿por qué será que las abuelitas siempre se fracturan la cadera?–, con Chelito, que tras cuidar a Tatita hasta su muerte cayó rendida y agotada, lista al fin para ser cuidada. Pensé también, en mi propio ejercicio, comprensión y aprendizaje de los cuidados desde que me aventuré a la aterradora vida adulta, en todo lo que confluye para la configuración de un hogar y en los ensayos que el ser amado y yo hacemos continuamente para establecer un pequeño gobierno familiar justo, amoroso y comprensivo.[/vc_column_text][vc_custom_heading text=»Su cuerpo dejarán es un libro que acompaña y cuida, pero también confronta. Es un libro que, si se lee con la suficiente disposición, tiene la capacidad de desmantelar barreras y cobijar simultáneamente como lo hacen los abrazos sinceros. » font_container=»tag:h2|text_align:left|color:%2320c57e» use_theme_fonts=»yes»][divider line_type=»No Line»][vc_column_text]Es un libro al que hay que regresar cada que sea necesario para recordar lo que es la labor de cuidar, sí, pero también para recordar lo necesario que es aprender a dejarnos cuidar.[/vc_column_text][vc_column_text]Puedes leerlo de manera gratuita aquí: Su cuerpo dejarán[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]