[vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][vc_column_text]Autora: Yaredh Marín
Hace un año los asesinatos de Ingrid Escamilla y Fátima Aldriguett potenciaron nuestra indignación, pues mostraron cómo las prácticas machistas cotidianas y naturalizadas se articulan para solapar a quienes son capaces de acabar con la vida de las mujeres brutalmente y sin consecuencias.
Ante la exposición de las imágenes del cuerpo sin vida de Ingrid, filtradas a la prensa y que circularon en Internet, mujeres en redes sociales convocaron a publicar fotos de “cosas bonitas” para que al buscar su nombre estas otras imágenes aparecieran. La acción creó un velo sobre el cuerpo violentado de Ingrid, buscando evitar revictimizar su imagen y acompañar con respeto el dolor de su familia.
El cuerpo es una manifestación de nuestro encuentro con el mundo, en nuestros cuerpos se teje una relación entre la cultura y la carne. Para la filósofa Judith Butler el cuerpo es una cartografía repleta de significaciones, regulada y establecida políticamente a través de marcos normativos.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none» source=»» text=»Responder a un contexto de culpabilización» font_container=»tag:h2|text_align:left|color:%2320c57e» use_theme_fonts=»yes» google_fonts=»font_family:Abril%20Fatface%3Aregular|font_style:400%20regular%3A400%3Anormal» css_animation=»» link=»» el_id=»» el_class=»» css=»»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][vc_custom_heading text=»En nuestra “carne”, a través de la cual estamos presentes en el mundo, hay guardada historia individual y colectiva atravesada por la manera en que se imponen deberes, responsabilidades y deseos.» font_container=»tag:h2|text_align:left|color:%2320c57e» use_theme_fonts=»yes»][/vc_column][/vc_row][vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][vc_column_text]El año pasado, mientras investigaba sobre violencia obstétrica le pregunté a Dunia, una amiga terapeuta y activista, cómo me podía acercar con respeto a mujeres que han experimentado violencia obstétrica. Ella me respondió que antes que buscar un trauma o dolor me diera la oportunidad de crear espacios para entrar al cuerpo y ver qué hay guardado ahí.
Entonces le pregunté de nuevo cuáles son las consecuencias corporales que ella ha percibido en el acompañamiento a mujeres que han vivido violencia obstétrica. Su respuesta fue contundente:[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none» testimonial_style=»bold» image=»» add_image_shadow=»» color=»Accent-Color» quote=»Es muy importante trabajar en equipo, trabajar en conjunto, para que así también, no (se) haga tan pesada la elaboración del producto.» name=»» subtitle=»»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][nectar_single_testimonial testimonial_style=»bold» color=»Accent-Color» quote=»En una sociedad como esta, se mantiene el cuerpo comprimido, la vagina cerrada. (…) Sentir que me tengo que estar protegiendo todo el tiempo, porque con las miradas, con las palabras estoy siendo violada, porque en una sociedad como esta todas las mujeres tenemos el periné apretado; lo identifiquemos o no. (…) El cuerpo te va revelando las múltiples veces en que se ha tenido que cerrar, en diversos espacios no sólo la vagina, te hablo del ano, te hablo de la boca, de la nariz, de las orejas, de los ojos, del corazón, de las chichis, de la panza (…) aunque no esté pasando aparentemente nada, pero porque sabes que corres peligro.«»][/vc_column][/vc_row][vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][vc_column_text]Es innegable que en México hoy tener un “cuerpo con vulva” implica un riesgo. Incluso hoy después de casi un año de confinamiento las mujeres viven expuestas a eventos de violencia. El crecimiento de las estadísticas sobre abuso sexual, violencia doméstica y feminicidio no han cesado. Las violencias estructurales que vivimos las mujeres nos atraviesan el cuerpo, son marcas que nos deja este país, que comprimen nuestros cuerpos.
Las muertes de Ingrid y Fátima son muestra de una realidad dolorosa, sus cuerpos se encontraron en la vía pública. El cuerpo de Ingrid fue desmembrado, puesto en bolsas de plástico, luego y abandonado en el espacio público. El cuerpo de Fátima fue comprimido en una bolsa y depositado en la basura.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none» source=»» text=»Responder a un contexto de culpabilización» font_container=»tag:h2|text_align:left|color:%2320c57e» use_theme_fonts=»yes» google_fonts=»font_family:Abril%20Fatface%3Aregular|font_style:400%20regular%3A400%3Anormal» css_animation=»» link=»» el_id=»» el_class=»» css=»»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][vc_custom_heading text=»¿Qué memorias individuales y colectivas nos dejan estas escenas?» font_container=»tag:h2|text_align:left|color:%2320c57e» use_theme_fonts=»yes»][/vc_column][/vc_row][vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][vc_column_text]Un mes después, el ocho de marzo del 2020 miles de mujeres en distintas ciudades inundamos las calles portando como símbolo el color morado. Yo, que había quedado de verme con unas amigas en la plancha del Monumento a la Revolución en la Ciudad de México no logré llegar a nuestro punto de reunión, pero nunca estuve sola, habíamos más de 200 mil personas manifestándonos en contra de la violencia hacia las mujeres.
Durante la marcha un grupo de mujeres cargaban una vulva gigante simulando la procesión de una imagen religiosa, una parte de nuestro cuerpo generalmente ocultada se exponía magnificada en tamaño y sacralizada.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][image_with_animation image_url=»8497″ alignment=»» animation=»Fade In» border_radius=»none» box_shadow=»none» max_width=»100%»][/vc_column][/vc_row][vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][vc_column_text]Este acto me cautivó por su potencia para reivindicar nuestra presencia carnosa. Crear fortaleza a partir de nuestra vulva, piel que históricamente ha sido construida como vulnerable, fue desafiar y re-significar, crear memorias nuevas y dignificantes.
La “vulva sagrada” nos identifica a “nosotras”, es una representación del cuerpo colectivo de las mujeres en México, un símbolo corporal, una forma de ser y estar en el mundo. Es una representación de un cuerpo múltiple: individual y colectivo, trastocado por la violencia, pero al mismo tiempo cobijado y poderoso.
La exposición de la vulva contraviene la vejación de los cuerpos de Ingrid y Fátima. La vulva adornada con flores llevada en procesión transforma las imágenes de los cuerpos comprimidos en bolsas de basura y la vuelve sagrada. Nos invita a crear una relación ética con el propio cuerpo para reivindicar lo femenino en un contexto de violencia.
Al atestiguar desde el cuerpo una vulva magnificada en la calle ¿qué huellas o memorias se confrontan? ¿Qué otras identificaciones podemos crear(nos)? Hoy a un año de la muerte de Ingrid y Fátima tenemos la oportunidad de honrar su vida, hacer memoria como un ejercicio de apropiación de nuestra historia. Re-significar nuestros cuerpos. Hacer de nuestra aparente vulnerabilidad: potencia.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none» source=»» text=»Responder a un contexto de culpabilización» font_container=»tag:h2|text_align:left|color:%2320c57e» use_theme_fonts=»yes» google_fonts=»font_family:Abril%20Fatface%3Aregular|font_style:400%20regular%3A400%3Anormal» css_animation=»» link=»» el_id=»» el_class=»» css=»»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][vc_custom_heading text=»Colectivizar el dolor, hacerlo público, es también una manera de quitarle poder sobre nosotras. Una manera de hacernos saber que no estamos solas y que no somos la únicas que vivimos con huellas dolorosas. Colectivizar y nombrar en voz alta es una manera de hacer alquimia el dolor y volverlo bálsamo. Es la posibilidad de crear formas de restituir, de sanar, a nivel individual y colectivo.» font_container=»tag:h2|text_align:left|color:%2320c57e» use_theme_fonts=»yes»][/vc_column][/vc_row]