¿Qué me hablas de fronteras a mí que soy el viento? reza, más o menos así, una frase que habla de derribar las barreras que en muchos sentidos nos impiden conquistar lo que deseamos, y es una frase que resume el proceso de migración que muchas mujeres deciden – o se ven obligadas – a afrontar.
Y es que el viento, el amor, la fuerza y la resistencia no tienen fronteras y las mujeres en procesos de migración, lo saben. Emprenden caminos que saben espinosos. Muchas se protegen sus cuerpos de embarazos no deseados tomando pastillas anticonceptivas antes de emprender el viaje; otras cargan a sus hijas e hijos en brazos durante su búsqueda de mejores condiciones de vida, un recorrido que puede implicar varios meses y miles de kilómetros.
La mujeres migrantes no son sólo aquellas que se encuentran en tránsito, son todas aquellas que de alguna u otra forma se ven impactadas por este fenómeno, ya sea en sus lugares de origen o en los lugares en los que decidieron establecerse en busca de mejores condiciones de vida, ellas son, pues, como los papalotes: no están hechas para volar una sola vez, si no para vivir en constante movimiento.