Cuetzalan es una pequeña localidad albergada por la Sierra Norte de Puebla, en sus montañas se cultiva café, maíz, aguacate. Cobijadas por una neblina espesa crecen hierbas tradicionales que las mujeres de esos montes saben usar con sabiduría, ellas, hilan juntas para curar el alma y el corazón, sus tejidos nos enseñan que la sororidad traspasa la teoría.
Viajar a Cuetzalan es adentrarse a un lugar de mágicos paisajes y de verde resistencia, recorrer calles del pueblo maseual que defiende su cultura y territorio de los megaproyectos mineros, hidroeléctricos y petroleros, conocer a personas orgullosas de su ser indígena, es tener la posibilidad de encontrarte con mujeres sabías que decidieron romper las reglas y caminar sus sueños.
Bordar, tejer, trenzar son acciones que se traducen en resistencia, en sanación, en creación de vida. Usar las manos para crear algo desde cero no se hace en solitario, se aprende en colectivo, es conocimiento que se transmite de generación en generación, crear artesanías es una forma de contar historias y trascender en el tiempo, las mujeres indígenas de Cuetzalan del Progreso saben eso de forma intuitiva desde hace más de 30 años y por ello han buscado formas de reivindicar ese saber.
Hace tres décadas, para las mujeres indígenas de Cuetzalan era imposible pensar en abandonar sus hogares y las tareas que ahí se les asignaban para buscar mejoras económicas, impulsadas por el sueño de recibir precios justos por sus artesanías algunas de ellas comenzaron a organizarse y en 1985 encontraron el nombre perfecto para lo que hacían: “Masehual Sihuamej Mosenyolchicauanij” (Mujeres Indígenas que se apoyan”).
Lograr crear la organización no fue sencillo, los esposos, padres, hijos, hermanos se oponían a que las mujeres se reunieran periódicamente y “dejaran de atender la casa”, no creían en el potencial que tenían estas mujeres organizadas o que fueran a lograr algo, “nos decían que sólo ibamos chismear o platicar”, cuenta Juanita Chepe, tesorera en varias ocasiones de Masehual Sihuamej.
Organizadas, no sólo lograron vender sus artesanías sin intermediarios y a precios justos (lo que garantiza mejores condiciones económicas para ellas y sus familias) también crearon escuela: quienes sabían leer y escribir, les enseñaron a sus compañeras, quienes manejaban telar de cintura, apoyaron a sus compañeras a hacer mejores diseños y prendas, se capacitaron unas a otras en cestería de jonote.
Con el tiempo la organización, que ahora agrupa a 100 mujeres nahuas de seis comunidades del municipio de Cuetzalan, se convirtió en un espacio en donde también se aprendía y reflexionaba sobre derechos humanos, salud, desarrollo sustentable, proyectos económicos, la importancia de defender la madre tierra y se revaloraba la cosmovisión indígena.
Su forma de organización es distinta al modelo de corporatividad y jerarquización que existe en la mayoría de los empleos, las decisiones se toman en asamblea y aunque hay representantes, éstas se rotan cada cierto tiempo y deben presentar informes, cuentas y resultados al resto de sus compañeras.
Los beneficios de trabajar en red no sólo fueron visibles para ellas, también para el resto de la comunidad, pues al generar empleo y mayores ingresos, las y los integrantes de su familia no se ven obligados migrar de su comunidad en busca de empleo y a abandonar sus tradiciones.
Tras diez años de trabajar juntas decidieron construir un nuevo sueño: construir un hotel con corazón indígena y con ello generar recursos propios al mismo tiempo que brindaban a quienes visitaban Cuetzalan una alternativa en donde pudieran conocer más sobre la cultura indígena en la que ellas se desenvuelven.
Edificar el Hotel Taselotzin no fue sencillo tampoco, los vecinos se negaban a la construcción, en parte por estereotipos de lo que pueden o no hacer las mujeres, en parte porque creían que sólo iba a generar disturbios y ruido en sus propiedades. Como cuenta Rufina Villa, administradora del hotel, nadie las quería ayudar a remover las piedras del terreno o abrir el camino, una vez más tuvieron que hilar juntas para crear estrategias que les permitieran alcanzar su nueva meta y ahora “hasta le dan trabajo a los vecinos”.
Hospedarse en las silenciosas instalaciones del hotel también es apoyar la conservación de la sabiduría ancestral, en sus jardines crecen hierbas, plantas, flores medicinales que se usan en la elaboración de jabones, medicina, infusiones y que se pueden disfrutar en rituales de limpia o temazcal ahí mismo.
Las ganancias del hotel no benefician a unas cuantas, son divididas entre las socias del mismo, y además ayudan a comprar despensas para quienes integran la organización. Los conocimientos empleados para su creación tampoco son exclusivos, Rufina y sus compañeras quieren que otras mujeres indígenas emprendan sus propias iniciativas inspiradas y acompañadas por lo que ellas ya han realizado.
Cada vez más mujeres usamos la palabra sororidad para definir las redes de apoyo mutuo que queremos construir entre nosotras. Estas mujeres nahuas llevan caminando sobre ella tres décadas.
*Video por Eve Alcalá