El «área cero» es el edificio caído, Eloísa Diez, sonidista de La Sandía Digital llegó ahí, al edificio de Ámsterdam y Laredo el miércoles 20 de septiembre, un día después del terremoto ante el llamado colectivo de apoyo que se lanzó desde el grupo «Sonidistas unidos». Del Parque España, en donde se presentó con mochila y equipo para ayudar, el encargado de coordinación rápidamente la acompañó para pasar los filtros por zonas y los mandos militares. Entonces se vio ahí, de pronto, en la cima de los escombros, ya tenía un casco y a su lado un rescatista del grupo Topos le dijo: “Mete el micrófono”.
Mientras me cuenta, Elo recrea con sus manos las estructuras caídas, a veces sus ojos miran hacia ningún lado, yo me imagino cómo regresa a ella la imagen de una gran losa en diagonal, detenida por una grúa para que no se caiga, y a un costado, grietas abiertas por el equipo de exploración para intentar ingresar a los restos del edificio: “Saqué un micrófono y lo empezamos a tirar y a tirar con mucho cable, hasta el momento en el que topó”. Cuatro metros de cable. Entonces se levantaron los puños y los Topos gritaron con un megáfono «Si hay alguien con vida, dé tres golpes«. Vino el silencio, paró todo, pararon las máquinas, pararon labores, se cortó de tajo el bullicio y la esquina quedó totalmente en silencio. A Elo le tocaba escuchar.
Esos días la ciudad se llenó de silencios pero también se habitó de nuevos ruidos, recuerda: máquinas, generadores eléctricos, cientos de personas sacando escombros. “Era un sonido de mucha actividad, como de una máquina funcionando a tope, ¡vamos, vamos, vamos!, era muy fuerte ese contraste, era ese ruido y de repente se levantaban los puños y entraba el silencio, feroz. Esa dinámica de contraste es la que tengo más presente, y te ponía chinita la piel, el silencio era una presencia, el silencio era una expectativa de “¿hay alguien vivo?”, el silencio estaba cargado de esa pregunta”.
Después del temblor Elo se fue caminando sobre la Avenida Insurgentes rumbo a su casa, en medio de un mar de gente, así comenzó a darse cuenta que la dimensión de los daños era mucho más grande de lo que había pensado. Encontró su casa tocada por el sismo, esa noche no durmió ahí, el panorama era desastroso, necesita reparaciones estructurales. Esa noche, ver las imágenes, escuchar del derrumbe de los edificios y salir a la calle en búsqueda del hermano de una amiga y verlo todo le derrumbó muchas certezas, movió sus propios cimientos. Al día siguiente salió a ayudar.
De la zona de rescate recuerda ver desde la cima a las personas como hormiguitas haciendo mano cadena para retirar los escombros, a un rescatista muy delgadito, armado con una linterna y su micrófono, meterse por una grieta que lograba llegar al hueco de un ascensor, siguió su recorrido escuchándolo, volvieron a repetir el procedimiento: puños, pregunta y escucha. Nada. No hubo respuesta. Salió y sus compañeros le aplaudieron para celebrar que logró salir con vida. También recuerda que al principio todo era un caos, pero con el paso de los días se fue organizando más, los sonidistas ya no iban solos sino en unidades, hacían búsquedas más sistematizadas con personas en distintos lugares y después, ya se coordinaban con las brigadas internacionales.
Para Elo escuchar nos conecta con otra parte humana, ancestral, hay una vinculación con el mundo que es sonora y está relacionada con la supervivencia: “El sonido es importante porque nos conecta con una cuestión primaria, vital, de poder aprehender, contactarte con tu entorno”. Aún con su gran pasión por la escucha, cree que es difícil revalorar su rol en la reconstrucción: “Hablamos pero no escuchamos” dice, y me cuenta que incluso en los derrumbes los brigadistas estaban muy ocupados en sacar escombros mientras los familiares estaban ahí, a un lado, esperando el rescate de algún ser querido o después de haberlo perdido todo, y pocos hablaban con ellos.
La primera vez que Elo subió a los escombros le temblaban las manos, sentía mucha responsabilidad, pero sabía que con su equipo de audio a tope escuchaba mucho más que un oído humano. Estos ejercicios de escucha organizada, corroborados por cámaras térmicas y unidades entrenadas de caninos, ayudaron a rectificar las búsquedas de los rescatistas, que salvaron vidas en los edificios en las calles de Gabriel Mancera y Escocia, también en el multifamiliar en Tlalpan.
Cuando le pregunto si tiene alguna esperanza ante la reacción de la sociedad civil organizada, me responde de manera muy realista: “Creo que estamos bastante rotos, y no por el sismo, sino de antes. Traemos una carga fuerte de desunión y de fragmentación, pero creo en círculos, en pequeño, mi esperanza está ahí». Se queda un momento en silencio y luego continua: «Estas experiencias con la muerte te vuelven a poner los pies en el piso y a decir, ¿a ver, qué es importante?. Tengo la esperanza de que así como me pasó a mí individual, nos pasé como sociedad”.