Éramos muchas: altas, bajas, niñas, jóvenes, con bastón. De tez distinta, con cabello blanco y con cabellos de colores. Madres, hijas, hermanas, amigas, hablando distintas lenguas, mujeres con distintas historias, de diversas latitudes. Pero, sobre todo, éramos muchas compañeras de diferentes frentes, con muchas luchas. 5 mil según unas, 9 mil según otras. De algo estamos seguras: sumamos “un chingo” de mujeres reunidas con las zapatistas para el Primer Encuentro Internacional Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan, celebrado del 8 al 10 de marzo en el Caracol Morelia, en la zona de Tzotz Choj en Chiapas.
Desde el 6 de marzo, al menos once camiones se enfilaron para salir en caravana desde la Ciudad de México hacia el Encuentro. La mayoría de quienes viajábamos no sabíamos qué esperar, cómo íbamos a dormir, a comer, cómo íbamos a bañarnos. Tampoco sabíamos si iba a hacer frío o calor. Nadie tenía información sobre los horarios, sobre los talleres. Con esa incertidumbre, las capitalinas hicimos un viaje de 24 horas.
Algunas otras viajaron desde otros puntos, cruzaron fronteras, hicieron escalas, pues veníamos de todos los continentes. Todas irrumpimos en el Caracol y sólo teníamos una certeza: éramos miles de mujeres queriendo construir otro mundo posible.
En la entrada un letrero amarillo le recordaba a los “despistados” hombres que no iban a poder pasar al Caracol zapatista de Morelia. Y otro, más grande aún, nos daba la bienvenida a las mujeres de los otros mundos.
Dos mil mujeres zapatistas de los cinco Caracoles que integran el territorio zapatista llegaron para recibirnos. Lo bien organizadas que estaban se reflejaba hasta en el color del moño que adornaba su pasamontañas, ellas nos guiaron personalmente hasta el pequeño hueco en el que nos instalaríamos para vivir los días siguientes.
Nos recibió también un Caracol cuyas paredes hablaban y gritaban: ¡rebeldía!. Cada rincón tenía algo que decir, algo que contar. Cada pared también nos daba la bienvenida.
ESTE ENCUENTRO ES POR LA VIDA
Este evento fue histórico. Fue la primera vez que las zapatistas convocaron a un encuentro internacional. Lo organizaron solamente las mujeres y los hombres se quedaron fuera de la toma de decisiones. Los compañeros zapatistas se quedaron a cuidar de las familias, a hacer el trabajo en casa, a cuidar de sus hijos y de sus animales, de sus campos y sus cuarteles.
“Y lo organizamos desde abajo, o sea que primero hicimos reuniones y discusión en nuestros colectivos en los pueblos y comunidades. Luego en las regiones, luego en las zonas y luego ya fue una organización de las 5 zonas juntas”. Esa logística se vio reflejada en todas las mujeres zapatistas que cocinaron en ollas gigantes para alimentar a miles de mujeres durante los días del encuentro, en las que hicieron guardia cada noche mientras las asistentes dormían abrigadas del frío.
También se podía ver en la labor de documentación que hicieron algunas compas zapatistas y en la distribución de todas ellas para asistir a los talleres y pláticas que impartieron otras mujeres. Esa organización tuvo como resultado un encuentro que no colapsó ―basta con que imaginen 50 baños para más de 5 mil mujeres, todos limpios, funcionando en las mejores condiciones posibles―.
Nos ofrecieron un espacio para compartir. Nos invitaron para hablarnos y escucharnos. La Insurgenta Erika, desde una voz colectiva, nos dio la bienvenida: “Podemos elegir entre quién es más revolucionaria, quién es más bonita…al fin no habrá hombres para juzgar. O podemos escuchar, hablar con respeto, regalarnos baile, poesía, cine, escultura, conocimiento y así alimentar nuestras luchas en cada lugar. Cuando volvamos a nuestros mundos vamos a darnos cuenta que nadie ganó o podemos luchar juntas desde nuestras diferencias”.
Nos pidieron luchar y como para ellas vivir es luchar: el encuentro fue por la vida.
8 DE MARZO ¡LAS MUJERES LUCHAMOS!
En tierras zapatistas amanece temprano. El día de la inauguración (8 de marzo) nuestra alarma fue un concierto de las mujeres zapatistas que nos despertó a las 6 am. Empezamos y terminamos el Día Internacional de la Mujer rodeadas por compañeras. Ese día, las zapatistas se apropiaron de los templetes y los espacios para contarnos su resistencia, para inspirarnos con su rebeldía. Y lo hicieron a través de la música, el teatro, el baile y el deporte.
Nos recordaron por qué luchan, cómo convirtieron su dolor en resistencia. Cómo dijeron NO y empezaron a organizarse. Nos narraron cómo la revolución avanza lento pero firme. Cómo crecieron en la resistencia de sus abuelas zapatistas y vieron cómo, sin importar si eran hombres o mujeres, lo esencial era si estabas dispuesta a luchar, a no rendirte, a no claudicar.
A lo largo del día expresaron de muchas formas algo que nos compartieron durante el discurso de inauguración: “Crecí en la resistencia y vi cómo mis compañeras levantaron escuelas y gobiernos autónomos. Vi que la rebeldía, la resistencia y la lucha también es una fiesta”. Y que así se construía, poco a poco, la libertad.
Al final, un apagón. El Caracol se convirtió en oscuridad total por un momento. La participación de las mujeres zapatistas concluía con una luz que ellas nos regalaban. Cada una encendió una vela que nos iluminó. Al final del encuentro nos explicaron:
“Esa pequeña luz es para tí. Llévala hermana y compañera. Cuando te sientas sola, cuando tengas miedo, cuando sientas que es muy dura la lucha, o sea la vida. Préndela de nuevo en tu corazón, en tu pensamiento, en tus tripas. Y no la quedes compañera y hermana. (…) Llévala y conviértela en rabia, en coraje, en decisión. Llévala y juntala con otras luces. Llévala y tal vez luego llegue en tu pensamiento que no habrá ni verdad ni justicia ni libertad en el sistema capitalista patriarcal. Entonces tal vez nos vamos a volver a ver para prender fuego al sistema”
La potencia de su voz nos convenció de lo inspirador que puede ser contar nuestras historias y nuestras luchas. La importancia de compartir nuestros saberes por más distintos que éstos puedan ser. Por eso, fueron días llenos de talleres y pláticas en las que cada quien compartía desde su experiencia. Los temas eran tan diversos como las mujeres que estábamos ahí: migración, ecología, danza, teatro, arte, rap, pornografía, educación, bordado, música o poesía.
MÁS GRANDES EN SU CORAZÓN, EN SU PENSAMIENTO Y EN SU LUCHA
En este modelo capitalista que se empeña en matarnos, en este sistema que nos migra, nosotras decidimos enfrentarlo con paciencia, con cooperación, con tiempo y con organización. Aislar es una estrategia del capitalismo; por eso, decidimos hacer todas, en colectivo.
¿El punto de este encuentro? ¡Compartir! que las mujeres del mundo regresaran a sus lugares, a sus realidades pero “más grandes en su corazón, en su pensamiento y en su lucha”. Las zapatistas nos recordaron que la lucha por la libertad es nuestra, que nadie nos la va a dar, ni los hombres ni el sistema. Que si queremos ser libres, tenemos que conquistar la libertad nosotras mismas.
Quedó claro: no hay una sola lucha, las mujeres del mundo venían todas con sus historias de resistencia, todas teníamos muchas ganas de expresarnos, de escucharnos. Fueron días para sentirnos, mirarnos, abrazarnos, pero sobre todo para reconocernos como hermanadas en nuestras luchas.
Cuatro días en los que cobraron sentido todas las luchas, incluso las que podrían parecer más ajenas. ¿Habían estado en un lugar con miles mujeres? La dinámica cambió, se sentía diferente. Pero había una certeza: Todas nos sentíamos totalmente seguras, sin los ojos que acechan y las miradas que juzgan. Era un estado que se traducía en acciones concretas: mujeres cambiándose al aire libre, en celulares cargándose sin vigilancia, en casas sin candado. Era el reflejo de otra realidad posible. Y partiendo de ahí, las mujeres zapatistas nos pidieron luchar. Cada una a su modo, a su tiempo y en su lugar.
Resuenan con tanta fuerza los discursos de rabia y dolor que a veces nos olvidamos que la lucha también está en la risa, en el baile, en el gozo. Estar en un espacio así: con tanto poder, con tanta magia, fue una posibilidad para escucharnos, compartirnos, vernos, tocarnos, sentirnos, abrazarnos y decirnos que no estamos solas. Porque éramos, y somos, un chingo las mujeres que luchan.