Una mujer busca a su familiar desaparecido por el ejército y el crimen organizado, un niño abandonado en las calles busca algo que comer, una activista indígena es encarcelada por defender sus derechos, un cuerpo mutilado es colgado en un puente … Esta es la realidad en México desde hace décadas. Mientras la comunidad internacional voltea para otro lado, una mujer es asesinada cada 7 horas, 27 millones de personas sufren pobreza extrema y sólo en los dos últimos períodos presidenciales 200 mil personas fueron asesinadas y 32 mil desaparecidas, en su mayoría jóvenes .
Mi generación nació con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), sólo ha conocido la corrupción, la violencia y el autoritarismo de un partido que se ha dedicado a empobrecer, denigrar, asesinar y despojar de derechos fundamentales a millones de personas para asegurar los privilegios e intereses del poder corporativo, el crimen organizado, las iglesias fundamentalistas, los caciques y otros grupos de poder. Un partido que hizo de la necropolítica y la simulación democrática elementos constitutivos de la acción pública y que llevó al país a una crisis de violencia y violaciones a derechos humanos sin precedentes en su historia reciente.
El pasado 1 de julio de 2018, más de 30 millones de personas salieron a votar en contra del PRI, a pesar de las campañas de miedo, de la compra y coacción del voto, del riesgo de votar en contra del cacique del pueblo salieron de sus casas y esperaron horas para ejercer un derecho históricamente negado. El principal triunfo de las pasadas elecciones fue el triunfo del poder colectivo manifestándose, superando el miedo y la desesperanza, gritando basta, creyendo que los cambios son posibles. Ver a quienes han sido tantas y de tantas formas discriminadas, llorando de alegría, tomando las calles, sabiéndose protagonistas de la historia es quizás el más bello que recordaremos de este día. Y es precisamente la conciencia de este poder colectivo lo que puede iniciar un camino de transformación que, como el EZLN y otros movimientos libertarios nos han enseñado,
Morena, la fuerza política que dirigirá el gobierno desde el próximo 1 de diciembre enfrentará sin duda múltiples obstáculos y limitaciones. Las posibilidades de ver grandes cambios desde las instituciones serán limitadas teniendo en cuenta el diseño institucional mismo y la burocracia hecha para obstaculizar cualquier política que realmente atienda las necesidades de la población, las contradicciones internas y las alianzas que Morena hizo con grupos de poder económico y fundamentalistas religiosos durante el proceso electoral.
Aún así hay cosas que sí podrá hacer y que serán fundamentales: podrá y deberá abstenerse de reprimir y criminalizar la protesta y los movimientos sociales, podrá y deberá atender las necesidades urgentes de supervivencia que millones de personas tienen, podrá y deberá poner un freno contundente a la corrupción y la impunidad y resolver las exigencias de justicia de las víctimas de la violencia. Las mujeres y nuestros derechos, incluido el derecho al aborto, los pueblos originarios y los bienes comunes que protegen, deberán ser prioridad del Estado al menos para no retroceder en derechos ya conquistados.
Esta agenda mínima aplicable no sólo a los y las mexicanas sino a las miles de personas emigrantes que recorren y viven en el país, no cambiará el sistema pero si dará un aliento y unos mínimos de dignidad a las personas, que permitirán a las organizaciones y comunidades en resistencia rearticularse y fortalecerse. Los próximos seis años serán una oportunidad de sanar un tejido social profundamente herido por la violencia, la desigualdad y el saqueo. Habrá que vigilar y exigir al nuevo gobierno, sabiendo lo poco que se puede avanzar desde las instituciones, pero habrá que dedicar mucho más tiempo y energía a construir comunidades solidarias, a fortalecer el poder colectivo, a erradicar la misoginia, el clasismo y el racismo profundamente arraigados en nuestra sociedad.
Desde las diversas expresiones de la solidaridad internacionalista en el Estado español es mucho lo que puede hacerse en este nuevo escenario. México, como toda Latinoamérica, sufre el despojo y violencia de las empresas extractivas de capital español -desde las eólicas hasta las turísticas- por lo que habrá que vigilar muy de cerca los acuerdos comerciales que hasta ahora han sido sostenidos en la violación de derechos. Hay además una agenda pendiente de liberación de presos y presas políticas y de justicia para organizaciones y activistas víctimas de la represión que deberá seguir denunciándose a nivel internacional. En este nuevo escenario será necesario más que nunca acuerpar y acompañar los esfuerzos e iniciativas de los movimientos sociales, articular las luchas y construir aprendizajes comunes.
**Este artículo fue inicialmente publicado por Aguait y puede ser consultado aquí.