Es domingo, podríamos dormir hasta tarde, pero hoy nos levantamos temprano. La cita era en metro chabacano, ya ahí, esperando a las amigas unas morras con pañuelos verdes nos preguntaron si íbamos hacia Pantitlán. “¿Van a la marcha verdad?, ¿quieren venir con nosotras?” nos peguntó una de ellas. Gracias, estamos esperando a unas amigas, les respondimos. Nos explicaron cómo llegar, subieron juntas al vagón y nomás nos dijeron “Allá nos vemos”.
Recuerdo que en la convocatoria a habitar la periferia este día, una de ellas narró su camino de regreso a casa, lejos, donde no se juntan miles a marchar con pañuelos verdes como sucede en la Ciudad de México. Hoy por la mañana, mis amigas y yo supimos (algunas recordamos) lo que es trasladarnos tanto tiempo para ir a marchar, la cita era a las once de la mañana, yo tuve que salir de casa a las nueve.
Ya en el lugar, nos encontramos con las morras de una colectiva. “¿De dónde vienen?” nos preguntaron. Del centro de la Ciudad de México, contesté. “Qué bueno que vinieron, nosotras por mucho que queramos ir a marchar allá, a veces no podemos, muchas trabajamos, y entonces te haces dos tres horas al trabajo y luego ir a la marcha… la cosa es que seamos solidarias y empecemos a descentralizar”. “Y luego imagínate regresarte de allá tan noche y luego que no se vea que vienes de la marcha porque también eso implica un riesgo”.
Nuestras hermanas nos llamaron a volver, porque muchas crecimos también en la periferia, de ahí venimos y sabemos lo que implica estar ahí, pero también estamos conscientes de lo privilegiadas que hemos sido por poder escoger un lugar distinto para vivir, cerca de nuestras amigas, y de poder regresar a casa caminando, o ir a cenar algo con otras morras después de la marcha porque ya no vivimos allá.
Algunas sentíamos que teníamos que regresar, para abrazarlas, escucharlas, caminar con ellas y decirles que no están solas, que nos tenemos a todas. Hoy, nos levantamos temprano escuchando su llamado, no sólo a marchar con ellas, sino a cubrir, registrar y documentar que las mujeres de la periferia también están organizadas.
Algunas de las convocantes toman el micrófono. “Somos pocas en comparación de las que marchan en la Ciudad de México, pero es importante no olvidar que los derechos que ya se ganaron allá, se ganaron porque también la periferia las apoyó. Ahora toca venir y apoyar la lucha de la periferia, traigan a sus amigas, díganles que también nosotras estamos organizadas, que somos valientes y que también acá nos están matando”.
Es domingo, el sol quema y el hambre se hace presente. Las morras de polacas se despiden de las morras de Aragón. Me siento una señora porque las veo tan morritas, tan grandes, tan fuertes, ellas que acaban de lograr que en su Facultad se tomen acciones para que puedan estudiar en ambientes libres de violencia, ellas, las que están haciendo historia para que otras mujeres jóvenes puedan caminar por la universidad libres y felices
Las despiden en colectivo, las abrazan y entre todas se sonríen. “Gracias por venir, se van con cuidado porfa”. Nos subimos con ellas al transporte público, nos espera un largo camino de regreso, pero valió la pena, ahora nos reconocemos, nos vimos a la cara, nos sonreímos y sabemos que está, será solo la primera de muchas.