Visibilidad trans: construimos legados en vida

Mar 30, 2024

Por: Geo González

Quisiera empezar diciendo que no hay una narrativa particular de lo que significa ser una persona trans*. Ésta sólo es la mía. De cómo di con una palabra que me ayudó a saber quién no soy y la posibilidad de que en este mundo puedo ser y habitar el no. No soy mujer, tampoco hombre.

Soy Geo y tengo casi treinta y tres años. A los cinco años tuve momentos muy claros sobre la inconformidad de aquello que me decían que debía ser y parecer. A los quince leí la palabra trans* por primera vez y comenzó mi viaje del no.

Pero este viaje no va en línea recta. No busco habitar un extremo. Tampoco habito a la mitad de esa línea que siguen dibujando en una galleta de jengibre para explicar la identidad de género.

Mi única certeza es que no soy cis.

Durante estos años he transitado también las palabras, categorías que me han ayudado a ubicar mi existencia para poder entenderme y conocerme. Creo que estas etiquetas sirven para eso, y de a poco uno las va re-significando e incluso abandonando. Y está bien.

Yo transité del queer al cuir con c; y de agénero a no binarie -pero llevo dos años sin nombrarme desde ese lugar-. Hoy me acomoda el abismo, la profundidad de las posibilidades, la ficción, la inconformidad y mi propia trans-masculinidad. 

Pero antes de llegar a ese momento eureka respecto a mi identidad de género que fue durante la adolescencia, mi yo de cinco años intuía que había posibilidades para reimaginar otra cosa a aquello que me decían que debía ser. Que habitar la confusión no era estar en un error. Mi rareza fue entonces mi mayor virtud porque mi niñe del pasado abrió espacio siempre a imaginar futuros posibles donde ser quien soy está bien. 

Pero mentiría si dijera que de los cinco a los doce años mi preocupación era saber quién era yo respecto a mi identidad de género. No. Yo simplemente fui y mis preocupaciones eran cuidar a mis amigas lombrices durante el recreo en el jardín de niños donde estudié, aprender la ruleta de Zidane en el patio del edificio donde crecí, mejorar mi técnica y mis tiempos en natación, y no bajar de calificaciones porque mi único miedo real era repetir año en la primaria. 

Llegó la pubertad. Y entonces sí sentí que algo no estaba bien conmigo pero tampoco tenía formas para apalabrar que no quería que me creciera el pecho, y que transitar “de niña a señorita” era algo que no quería vivir, que no iba conmigo, y lo quería evitar a toda costa. 

Fue en ese momento en que deseé muchas veces despertar y no ser yo, y ser un poco más parecido a mi hermano. Nunca deseé ser hombre, solo ser niño porque parecía más fácil e incluso más divertido que ser niña. Porque a mi hermano no se le exigió como a mí y a mi hermana.

Mi primer refugio frente a esa ola de cambios fue la natación. Mi memoria ubica el nacimiento de mi cuerpo trans* cuando hice de la natación mi pasión, mi diversión y mi disciplina deportiva de los cinco a los trece años. Justo en el periodo en que el cuerpo cambia. Y a mí me asustaba cambiar.

La natación fue la incubadora de mi cuerpo trans*. Sí, creo que fue gracias al deporte y practicarlo con esa intensidad lo que hizo que mi cuerpo simplemente tomara una forma que no era como el resto al desarrollo corporal de mis compañeras de escuela. A los trece años tenía el abdomen muy fuerte y mi cuerpo era musculoso. Y me gustaba. Pero pronto también todo lo que implicaba nadar, mi cuerpo cambiando, el traje de baño… se volvió un lugar en donde comencé a ocultarme, a encorvar la espalda para no ser visto.

Esas son las primeras memorias que tengo de lo que es sentirse en casa en mi propio cuerpo y al mismo tiempo sentirlo tan ajeno. Y no hablo siquiera de esta dicotomía entre disforia y euforia de género, simplemente porque en esos primeros años de mi vida esas palabras no existían en mi vocabulario, ni en mi entorno cercano. No había información y tampoco hubo referentes trans* en dónde poder sentirme reflejade y no solo.

Me costó quince años dar con la palabra trans*, así, con asterisco. La leí en un fanzine, de hecho, en el primer zine que tuve en mi vida. No recuerdo ahora la definición exacta que daban sobre lo trans* pero sí que ese asterisco daba sentido a las multiplicidades de identidades inconformes. Y me hizo sentido. 

Poco a poco me embarqué en internet, ése que te dejaba sin línea telefónica, en un viaje de querer saber más al respecto de ese término, de personas como yo. Todo lo que encontré estaba en inglés y sonaba tal que así: tupa tupa tupa. Encontré en el movimiento musical y cultural queerpunk, más certezas. Y poco a poco conocí a personas como yo que agradezco tanto que hoy sigan siendo parte de mi vida. Saben quiénes son.

Para mí la visibilidad trans* se trata de eso: celebrarnos y agradecer. 

Hoy celebro que infancias, adolescencias trans y personas trans adultas, en sus treinta y cuarenta y sesenta…no solo encuentren referentes tan libres hoy para que su andar sea menos solitario. Sino que en sí mismes son referentes de otras personas. Celebro las vidas y existencias de quienes estuvieron antes de mí, después de mí y que hoy van conmigo.

Por eso hoy aunque me cueste mucho habitar la primera persona, tomo la palabra para visibilizar que se puede hacer vida desde aquí, que no hay edad para transitar, que nuestros cuerpos trans* son hermosos y no somos un error. Que las personas trans* somos personas complejas como tú. Que es mentira que vivamos desde la vergüenza. Que amamos y hay personas que nos aman. Que estamos en un montón de espacios. Que las personas trans* construimos legados también en vida. 

Pero al mismo tiempo hay un sabor amargo que no puedo ignorar. Hay una visibilidad hoy que no nos garantiza la vida. Es esa visibilidad que nos ve de reojo, con asco, que nos sigue colocando en narrativas que intentan cargarnos de vergüenza y de miedo. Y hablar de ello  implica no ignorar que hoy día las personas trans* y no binaries atravesamos violencias simbólicas y directas que buscan omitir nuestra existencia de muchas formas. Y quiero decir que el transodio es lo indigno, no nosotrans.

Hoy estoy acá, me hago palabra porque no quiero vivir para resistir en un mundo que constantemente intenta hacer de mi existencia un no lugar. Quiero simplemente vivir, ser yo misme y que no me cueste la vida. 

Hoy celebro y agradezco a las personas trans que siguen siendo mis maestras de vida, mi inspiración, mis amigues. Quiero que seamos nosotres quienes le contemos a otres quiénes somos, qué hacemos, qué nos da alegría, qué nos pone tristes, qué nos da rabia, qué nos agita el pecho para seguir andando la vida. 

Y agradezco a mi niñe trans* del pasado que va conmigo, que no le veo por debajo del hombro, sino a la par, porque es la parte más honesta que tengo. 

Agradezco su vulnerabilidad, su ternura, su inagotable imaginación y curiosidad, que no su valentía, pues fue lo que abrió paso a una partecita de quién soy y el viaje continuo que es existir siendo una persona trans* que hoy hace periodismo, que le gusta dar y recibir abrazos, los volcanes, ver la luz filtrada entre las hojas de los árboles, pasear en bici, ir al cine, comer sandía fría, dormir con sus gatos y tomar café. 

Este es un pedacito de mi recorrido y si pudiera tener un soundtrack sonaría tal que así, como dice esta canción de She-Devils, una de las bandas que salvó mi vida.

“y si al final yo no soy nada, melancólico e inconforme

solo tengo una respuesta y es no; 

si hay un solo camino, no lo voy a usar

sé que hay miles de respuestas

las voy a buscar,

donde quiera que voy”

She-Devils

Posts relacionados

Un sentimiento sonoro: día de la Radio 

Un sentimiento sonoro: día de la Radio 

Mi primer recuerdo con la radio (que luego se convirtió en refugio) es el de oír a Ramón Ayala en la pequeña radio de pila de mi abuela. Mientras yo estaba en su regazo, ella remendaba algún calcetín, atendía su puesto de dulces afuera de la clínica del seguro y...