Por: Eva Villanueva
Hay días raros, en los que solo queremos desconectarnos. Para algunas personas el 14 de febrero es uno de esos días, a otras les encanta. Hay gustos para todo. Personalmente, creo que estas ocasiones son un buen pretexto para juntarnos y hablar de los sentires e ideas que tenemos al respecto. Con esa intención lanzo una pregunta que me ha rondado desde hace tiempo: ¿cómo dialoga el cuidado con nuestros afectos y vínculos?
Cuidar es un verbo de ida y vuelta. El proceso de cuidar surge de una preocupación por une otre, humano y no humano, que se traduce en una acción que busca el bienestar. Que anhela que podamos respirar más profundo, que la vida se expanda y no que se sofoque. Es una apuesta por una vida gozosa y comprometida.
Así, reflexionar y sentir nuestros afectos y vínculos desde los cuidados es una invitación para aterrizarnos en nuestros cuerpos/territorios, sentirnos, respirarnos y ser curiosas: ¿dónde y con quién siento bienestar? ¿en qué vínculos y relaciones siento que puedo dejarme sostener sin tanto esfuerzo? ¿dónde y cómo quiero invertir mi energía y mis recursos para acompañar y mostrarme vulnerable? Implica sintonizar nuestra brújula interna, ser honestas, escucharnos y validarnos: darnos un sí.
Pero no es un sí que se queda a nivel individual, la apuesta por la construcción del bienestar puede ser colectiva. Muchas veces nos han enseñado que el cuidado y el amor se prioriza en cierto tipo de relaciones, por ejemplo, con una pareja sexoafectiva. Pero volcar todos nuestros deseos y afectos a “un solo tipo de vínculo” puede generar mucha presión: ¿qué pasa si esa relación termina o si no “cumplimos” con ese modelo vincular? Esto no significa que no podamos elegir estar pareja, sino, más bien, preguntarnos ¿qué pasa si diversificamos y des jerarquizamos nuestros vínculos? Esta pregunta nos lleva al cuidado colectivo o comunitario, la posibilidad de tejernos en red. Es el intento de hacer encuentros fértiles en los que identifiquemos qué puntos tenemos en común con les otres y anudarnos ahí para sostenernos, y, a la vez, lanzarnos hacia la construcción de escenarios vitales y recíprocos. Recordando, además, que nadie se sostiene solo, aunque a veces nos hagan creer lo contrario.
El cuidado colectivo, como nada en esta vida, es ideal o perfecto. Podemos darnos el chance de descansar en eso. Este tipo de enfoques son ensayos para sentir lo que haya que sentir y hacer lo que se pueda hacer con lo que hay. Es dar cabida a muchas emociones: enojo, miedo, alegría, confianza; sin creer que una emoción es mejor que otra. Todas son parte del combo que nos habita. Acompañarnos juntas en nuestros sentires y en lo que nos despierta el encuentro con el otro/a puede ser retador, pero también rico y transformador. Sabiendo que hay una emoción base en estas relaciones de cuidado: la confianza en que se busca no dañar. A veces sale, y otras veces no, pero estamos intentando y aprendiendo. Sigamos tirando hilo, tejiendo y destejiendo las veces que haga falta, para imaginar y crear esas relaciones que nutren nuestro fuego.