Por Aldri Covarrubias
Dedicado a las más de 30 mujeres trans* asesinadas en lo que va de este año, no las olvidamos, condenamos el odio que las mata.
Nada como el ambiente de las marchas en el Oriente. Las cornetas de los trailers marcan el ritmo, mientras un mar de cuerpos sigue la marcha aplaudiendo, bailando. La bocina ruge, también los abanicos; aquí los chicharrones truenan, las salsas todavía pican y se come delicioso. Aquí, la Ciudad de México y el Estado de México se sienten menos desiguales entre sí.
Las avenidas principales ceden paso a los colores y banderas de la diversidad sexo-genérica para albergar a personas de todos los colores del arcoiris y sus aliados. Los pasados 15 y 22 de junio de 2024 se llevaron a cabo la Novena Marcha en la alcaldía Iztapalapa y la Tercera en el municipio de Nezahualcóyotl. Por un sábado al año, la llamada Marcha Gay por la mayoría de quienes la caminan, se abre paso entre las arterias viales donde la clase trabajadora, que cotidianamente las usa para desplazarse al centro para levantarle el evento de la Ciudad Monstruo, lo hace esta vez para quedarse a sentirse en casa y mostrar las experiencias de quienes vivimos fuera de la norma cisheterosexual desde el Oriente.
Acá los gobiernos locales levantan la mano y el megáfono, pero se ven rápidamente superados por las personas caminando en hermosas células al lado de los trailers y las plataformas. En fila cruzan ejercicios travestis de ocasión bailando Raymix, lesbianas maternando sus familias entre los rayos del sol y su trabajo duro, mujeres trans* abriéndose espacio con dignidad y aplomo, hombres cis homosexuales racializados y empobrecidos de todas las edades que no necesitan, esta vez, cruzar la ciudad para poder tomar sus calles y bailar canciones pop a sus anchas, personas disidentes de la norma hetero-cis con discapacidad que se ahorran el viaje a través de varias combis, micros, góndolas, buses y trenes que dificilmente logran ser plenamente accesibles y verdaderamente universales. Por un día, el tránsito se detiene para rendirse a sus pies. Por un día, la celebración se hace pública y nadie la puede callar.
Las miradas curiosas se sienten diferentes pues acá no existe el anonimato que otorga la masa en Reforma. Aquí hay menos espacio dividiendo la marcha de los mirones y eso se siente más sincero pero también más expuesto. Aquí sí que te va a reconocer y señalar tu vecina odiosa que podría delatar ante tu casero que usas otro nombre. Los insultos, las críticas, los ojos cerrados se sienten más cerca. Pero también se acerca la mirada, se muestran los dientes con sonrisas que no piden permiso, se puede el saludar al homófobo, se pasa frente al centro religioso o la estación de los bomberos, se cruzan semáforos a ritmo de la música y con poca ropa. Las personas que marchan en la retaguardia, negocian los últimos espacios y de vez en cuando se unen al contingente más grande para tomar fuerzas.
Están quienes gritan desde sus autos y suenan la bocina, con aprobación algunos, otros con odio. La fila avanza con la esperanza de que el apoyo de tránsito sea suficiente para que no nos hieran. Varios hombres viejos lanzan insultos que se encuentran con carcajadas y picardía de nuestra parte, acá los números se vuelven valentía y el ánimo no se deja aplastar por ellos ni un momento. Al contrario, hay mucha vida, potencia, ímpetu, gozo. Un ejercicio anti colonial que fuga el orgullo a la periferia.
Ermita y la López recuerdan que también son nuestras avenidas, que en nuestros barrios y pueblos también estamos, que no sólo son vías de tránsito público, son un espacio en común que compartimos, que salir a la calle siendo disidentes es posible. En estas latitudes, las teorías sobre el género y la diversidad alcanzan poco porque la vivencia se impone. La violencia y la discriminación se hacen carne, se nos niega el acceso al trabajo, a la vivienda, a la salud, condicionando nuestras vidas a la precarización. Por eso las exigencias se hacen más necesarias.
En el Oriente, con todo y un hombre cis homosexual reelecto como presidente municipal, las autoridades buscan la fórmula mágica para atender a nuestras poblaciones: clínicas, programas, apoyos, representaciones de la diversidad sexual van y vienen, lastimosamente tarde. Queda mucho por exigirles y muchos espacios por abrir donde podamos ejercer nuestros derechos políticos sin pensar en los partidos o sin temer las consecuencias, aquí todavía se sienten los acuerdos clientelares como un mal necesario para poder accionar con consecuencias reales.
Estas marchas también son una negociación con la pérdida. Madres, parejas, amistades cargan fotografías y objetos de personas que perdieron el camino, al andar con la memoria resistir es posible y se siente festivo, cada vida que se acompaña es una vida que evita el olvido.
Aquí las celebridades son un faro, un significante en común, un ejemplo de posibilidad. Paulina Rubio, Wendy Guevara, y Kimberly la más preciosa, sirven como antídoto para la indiferencia. Incluso si no vienes a exigir derechos, vienes por ver a quienes te llaman con su música, carisma o modo de vivir sin darle explicaciones a nadie.
Acá la academia no puede explicar las paternidades trans*, acá los arrobas y nombres de usuario de activistas de teclado no son nada y las fiestas de covers estratosféricos importan muy poco. Acá se acude a los oasis de toda la vida, el Bar Lili, el Spartacu’s Disco Club, las fiestas-tardeadas post-marcha de la comadre que puso su casa, la festividad sigue entre vestidas, chacales, musculocas, transmasculindos, otakus, gatitas que les gusta el mambo, tortillas, machorras, vogueras y ¡hasta una re-versión en cosplay masculino de Úrsula, la bruja del mar en los cuentos de hadas! Hay sitio para todes. En estas marchas las banderas del arcoíris son las más prevalentes aunque con cada emisión aparecen cada vez más los colores azules, rosas y blancos de las banderas trans* y más discretas, en pines, gorras o parches otras banderas de las diversidades sexogenérica y sexoafectiva como las Pansexuales, BDSM, Osos, etc.
Acá la pobreza se enfrenta echándose la mano, se arma la vaquita para hidratarse con una chela o un tehuacán. Acá se arma también el comercio y se negocia para pintarse la cara, comprarse una corona o una bandera. Acá se protesta frente a la escuela que impide el acceso a la educación y el libre desarrollo de la personalidad de una adolescencia trans*. Acá se hacen ollas comunitarias y activismos para el reconocimiento de los derechos laborales de las trabajadoras sexuales. Acá no se necesita explicarlo todo para solidarizarse. Acá lo local también es político.