Por: Daniela Hernandez
“Porque escribirse fuera de los límites introduce la precaria,
poderosa y turbulenta figura de lo mágico en lo cotidiano”.
(val flores, 2016)
Me habita un recuerdo profundo de tardes enteras jugando a ser arqueóloga en la entonces llamada Ciudad de los niños. Dudo que haya ido más de tres veces, pero es una memoria que tengo tan encarnada que parece como si la mitad de la infancia se me hubiese ido en ese lugar. Gastaba todo el dinero ficticio que tenía, para comprar el derecho de entrar una y otra vez al sótano, ficticio también, y ponerme a trabajar. El capitalismo debió estar en éxtasis.
Por un lado, esto representaba la oportunidad para evadir otras actividades que, por ser niña, se esperaba que me gustaran. Acunar bebés, por ejemplo, o en el mejor de los casos, dejar que otra niña, con suerte más hábil que yo, me pintarrajeara la cara en el salón ficticio de belleza ficticia. Pero más allá de fugas de género, la arqueología me daba la satisfacción del ejercicio de la búsqueda, el encuentro y la inventiva.
La dinámica iba de meter palas, rastrillos y rodillas a una alberca de arena rellena de pedazos de plástico que ya en conjunto se volvían un jarrón-vestigio de una “cultura originaria”, cuyas características e historia le daba cada quién en su imaginación. Ahora entiendo que eso era lo que más me gustaba, la posibilidad de inventar esa historia, de adueñarme de las palabras y contar ese cuento.
Hace unos días, mientras leía el prólogo de En la casa de los sueños, el libro de Carmen María Machado en donde se narra una historia de violencia doméstica en una relación sexo-afectiva entre dos mujeres, recordé aquellos bolsillos llenos de arena. Ahí, Carmen se pone arqueológica y recupera la voz de Saidiya Hartman en su texto Venus In Two acts, en donde habla sobre la violencia del archivo, lo cual de manera muy resumida hace referencia a la forma en que:
«A veces las historias se destruyen; otras veces, para empezar, ni siquiera llegan a ser enunciadas; en cualquier caso, algo considerable queda irrevocablemente ausente de nuestras historias colectivas.
Este texto es, como aquel jarrón de mi infancia, un ejercicio de rompecabezas, un entramado de escritura colectiva y una ruptura de ese silencio impuesto en el archivo hegemónico.
Desde muy pequeña me asumí como lesbiana. Y esa diferencia me hizo comenzar una exploración en búsqueda de otras como yo, de mi tribu. La intención: darme contexto. Me busqué en las historias transmitidas en el cine y la televisión, en los libros, en la música. Por supuesto, no me encontré, pero eso no es sorpresa para nadie (La violencia del archivo, murmuraría Saidiya). Pero insistí, simple y sencillamente porque sabía que de algún lado tenía que venir.
Las redes, virtuales y físicas, me llevaron a recibir de las manos de una lesbiana mayor, uno de los tesoros más valiosos que he heredado: un bonche de fotocopias lleno de personajas y voces lésbicas y feministas. Recuerdo la cara de aquella mujer, el rostro con ese tipo de sonrisa que, ahora lo sé, solo poseen quienes están convencides de que están haciendo el bien en este mundo.
Así llegué a Amora, la primera novela lésbico-feminista publicada en México (1989), escrita por Rosamaría Roffiel. Dimensioné la importancia del testimonio y la autobiografía, del feminismo, de la amistad entre mujeres y sí, de escribir(nos) y leer(nos). Además, me supe acompañada, cosa que para las disidencias a veces equivale a salvar la vida.
Rosamaría marcó el inicio de un camino que hoy sigo transitando, entre cuyos pasos se incluye este texto que empecé a escribir aquellas tardes de dunas. A Roffiel le siguieron muchas otras. La búsqueda testaruda me llevó a otras historias que me dijeron mucho más que todos los clásicos que me obligaron a leer en la escuela; Carol de Patricia Highsmith, Dos Mujeres de Sara-Levi Calderón, Sandra: secreto amor de Reyna Barrera, Stone Butch Blues de Leslie Feinberg. Me gusta hacer alusión a ellas en racimo, en entramado, porque es una forma de recuperar nuestra genealogía la cual es diversa y está construida por continuidades y rupturas. Por similitudes y diferencias que, por su mera existencia, desgarran el tejido canónico de la literatura cisheteropatriarcal.
La jaula no atrapa las aguas, así que me desbordé desde las novelas hasta los cuentos. Brilla especialmente Contarte en Lésbico de Elena Madrigal, quien me obsequió la posibilidad de pensarme encarnada en vidas comunes y ocupaciones distintas. Nunca antes había sospechado la posibilidad del relato de una mujer vendedora de productos por catálogo enamorada de una de sus clientas. Aspirar a la cotidianeidad a veces es un privilegio.
El haberme reconocido en cuentos me hizo sospechar que también aparecería en poesía y en no ficción. Así, la intuición me hizo brincar de los versos cursísimos y heterosexualísimos de Neruda y Sabina, a la poesía de Adrienne Rich, de Cristina Peri Rossi y de Audre Lorde. Ritmos y rimas sensuales en donde sí me encontraba. Palabras que dejaban de lado el patriotismo exacerbado de la filia al estado patriarcal y odas al amor romántico y heterosexual que no me dijo nunca nada y al que tampoco le ha interesado escucharme.
Además de la diferencia sexo-genérica, de la habilidad con la palabra y de la ironía, estas escritoras tienen en común la lengua insolente y política. Se supieron no solo capaces, sino también responsables de evitar el riesgo de la destrucción a la que nos entregamos cuando negamos nuestras habilidades para hablar, escribir, posicionarnos. No se limitaron a la visibilización, apostaron por hacer ruido. Me hicieron ir en búsqueda de más y más voces que, con sus propias herramientas, han edificado un cuerpo discursivo teórico-conceptual que nos habilita el cuerpo-físico sáfico y las relaciones que desde ahí establecemos. Una teoría con nombre propio: Gloria Anzaldúa, val flores, Virginia Cano. No sabía qué tan sedienta estaba de sus palabras, hasta que las probé.
Hasta aquí me han traído esas lecturas. Me han puesto a escribir. En la arena construyo castillos que habito metiendo las manos hasta el fondo. Alcanzo a tocar mis raíces lésbicas y germino frondosa. Frondosa. Con muchas hojas escritas con palabras de bienvenida, de reconocimiento y de reflejo. Un follaje abundante que nos procura sombra y frescura a todas nosotras. Acomódense. Pasen las páginas. Escriban las suyas. Construyamos juntas esta casa digna para que podamos de una vez por todas gozar, reír y descansar. Nunca más una historia sin nosotras. Flores, V. (2016). La intimidad del procedimiento. Escritura, lesbiana, sur como prácticas de sí. Badebec, 6(11), 230-249.
Hartman, S. (2008). Venus in Two Acts. Small Axe 12(2), 1- 14. https://www.muse.jhu.edu/article/241115.
Machado, Carmen María. (2021). En la casa de los sueños. Anagrama.