A las 11:49 del 7 de septiembre de 2017, un terremoto de 8.2 grados, con epicentro en Chiapas, azotó tierras oaxaqueñas: más de 137 municipios fueron afectados por el peor terremoto registrado en la entidad desde 1937. Desde entonces, más de 9 mil réplicas han sacudido la región, según el Servicio Sismológico Nacional. Una de ellas, la del 23 de septiembre, terminó de convertir en escombros las casas que habían resistido de pie.
A la fecha se han tirado miles de casas en la tarea de demolición, limpieza y remoción de escombros, acelerada por mandato presidencial, que encabeza la Secretaría de Desarrollo Agrario Territorial y Urbano; pero muchas de ellas pudieron haber sido reparadas.
Temor, incertidumbre y tristeza. Así describe Fernanda Latani —mujer zapoteca originaria de Ixtepec, Oaxaca— la sensación anímica de su pueblo en las semanas posteriores al terremoto. Temor, incertidumbre y tristeza, en ese orden.
Temor porque la gente no sabía qué estaba pasando, nunca habían vivido un terremoto: “Pero señorita, dígame por qué se mueve la tierra”, le preguntaban. Incertidumbre porque no tenían idea de qué iba a pasar con ellos y con sus casas, la ayuda no se apareció hasta dos semanas después y en muchos casos no llegó nunca. Tristeza porque la gente no había llorado, cuenta Fernanda: “llegaban las personas a decir ‘ya, todo va a pasar, agradécele a Dios que estás viva’; y no, la gente está triste por sus casas que tienen 100 años, 150 años, que son herencia de las abuelas de las abuelas de las abuelas”, explica.
Fernanda Latani es geógrafa feminista de la zona del Istmo de Tehuantepec. Ahí, cuenta, las mujeres no han llorado desde el terremoto: lo que han hecho es saltar en la defensa de su familia. Conseguir despensas, pese a la escasez que había en muchos lugares, hacer filas inmensas para recibir colchonetas, agua, víveres. Pero ahora ya no quieren despensas, ahora quieren saber qué pasa con ellas, con sus casas, con sus vidas. Y no había, y no hay hasta ahora, esa respuesta.
Para Fer Latani, ser indígena es asumirse desde una identidad política. En un sistema controlador que obstaculiza nombrarte desde la raíz, para ella (re) conocerse indígena desde un estado moderno es el punto de partida para nombrarse zapoteca y feminista.
Después del temblor
El día del terremoto estaba en Lagunas, una localidad del Istmo de Tehuantepec. De inmediato sintió el cambio de oscilatorio a trepidatorio “esto ya valió”, pensó, “cuando salgo y veo las luces me doy cuenta que es un terremoto”.
El Istmo de Tehuantepec se convirtió en caos: durante un día y medio estuvo incomunicado; tres días a oscuras, sin luz; semana y media, sin agua y con cajeros que colapsaron. Las fotos que empezaron a salir en las redes eran de los medios de comunicación nacionales que ya estaban allá. Pero eran los únicos, “por eso se supo de lo que pasó porque nosotros no teníamos cómo comunicarnos. Yo no sabía nada de mi familia”.
Cuando pudo salir rumbo a su casa, en Ixtepec, pudo dimensionar el impacto, llegó a Juchitán y luego a Ixtaltepec un pueblo chiquito donde la mayoría de la población es de la tercera edad. Es un lugar donde la mayoría de las casas son antiguas: “Ahí me rompí. El 40% de las casas en Ixtaltepec estaba en el suelo. Había gente que seguía pidiendo ayuda porque aún no podían sacar a sus familiares”.
El Estado se presentó tres días después y lo primero que hizo fue foliar las casas para determinar si eran habitables o inhabitables, sólo para poder derribarlas. Fue la sociedad civil organizada la que tuvo que reaccionar en ese momento. “Después de que los paisanos se quitan el miedo de no saber qué hacer ante casas derruidas, se organizan y empiezan a levantar escombros a sacar a las personas, a levantar bloques de cemento”. Cuando el Estado llegó, sólo rompió la organización comunitaria.
La presencia primera fue del gobierno federal. El golpe fuerte había sido en Juchitán, sí, pero no era el único lugar. En Ixtepec, su pueblo, el gobierno municipal no apareció nunca. Ixtaltepec también resultó gravemente afectado, ahí el gobierno municipal “ni rueda de prensa, ni aviso dio”. Silencio total. Pero sí se manifestó, el presidente municipal, Oscar Toral, quien se dedica a la construcción, tenía ya las retroexcavadoras tirando y sacando escombros tan sólo dos horas después del terremoto. Sin previa labor de rescate de posibles personas atrapadas en los escombros.
Primera etapa: la acción, ir y venir de víveres
El Internet regresó día y medio después, el viernes en la madrugada, y ahí empezaron a reaccionar para movilizar la ayuda. “¿Qué voy a hacer? el viernes en la madrugada que regresó el internet publiqué en Facebook que estaba bien pero que estaba todo jodido y se necesitaba ayuda”. Publicó el número de sus dos tarjetas y pidió ayuda. Dos días después del terremoto actuó junto con una amiga. En una camioneta fueron a 10 pueblos en donde no habían llegado ni víveres ni el ejército. El núcleo organizativo eran ella y su compa. No había contactos ni redes, se bajaban a caminar a buscar a quien dejar la ayuda. Eso hicieron durante 25 días.
—Fuimos a Chicapa de Castro, en Salina Cruz, un pueblo en el que 7 días después del terremoto no había llegado nadie, nadie, nadie. Yo veo que no estaba pasando nada. En Juchitán la acción fue inmediata. Al día siguiente ya había presencia de brigadas nacionales e internacionales. Dos o tres días después ya estaban los socorristas chilenos, pero nadie de parte del gobierno federal. Nos empezamos a dar cuenta que Juchitán se mostró como el primer panorama. Pero aunque juchitán tiene una presencia política muy fuerte, no era el único lugar. Y todo el apoyo empezó a llegar ahí.
Ixtaltepec no estaba en el mapa de la tragedia. En los pueblos ikoots (San Dionisio del Mar, San Mateo del Mar, San Francisco del Mar y Álvaro Obregon), la tierra se abrió, literal, y salió agua salada. Son pueblos que están por debajo del mar. La gente pensó que los iba a tragar la tierra y el mar va a recuperar su territorio “en una cuestión de memoria geológica”. Esto, por ejemplo, nadie lo sabía. No estaba en los medios de comunicación.
Segunda etapa: “si nos jodió el terremoto, con la lluvia…”
Fueron 20 días de inmovilización. Semanas en las que la gente durmió en la calle sin excepción. La réplica del 23 de septiembre llegó al mismo tiempo que la temporada de lluvias. Ya no necesitaban víveres sino casas de campaña, lonas, lámparas y repelentes. “Era impresionante que había escasez de lonas y casas de campaña en Oaxaca”.
La tranquilidad de las personas era inexistente. Surgieron proyectos, comités y consejos. En esta etapa de desestabilización empezaron a generarse proyectos para las mujeres: para la recuperación de hornos y comixcales, para reactivar la actividad económica de bordar. La idea era reactivar la economía de ellas, de las mujeres.
Los proyectos proliferaron en ese sentido, pero “por el otro lado también me daba cuenta de que su casa les seguía doliendo. No sirve mucho regresarles eso si no tiene casa o si su casa está derruida o están a punto de derrumbarla porque ya está foliada”.
Ante la demolición masiva que realizaron las autoridades, organizaciones de la sociedad civil se organizaron para defender el patrimonio arquitectónico de los pueblos del Istmo y crearon el Consejo Regional por la Defensa de la Vivienda Tradicional y, en Ixtepec, el Consejo Comunitario por la Vivienda Tradicional.
Tercera etapa: a largo plazo, reconstruir con identidad
La destrucción provocada por el temblor fue mucha, pero la demolición masiva lo fue más. Fernanda Latani lo notó: “Están rotas, de que sirve que les den despensas si no tienen casa o están con la incertidumbre de que la casa se la van a quitar en cualquier momento”.
Para defender las casas antiguas, le propusieron a ellas la reconstrucción y el fortalecimiento de sus casas, pero no sólo en la defensa, sino también en el actuar. “Nos conformamos en una tercera etapa para crear el proyecto Bibani: Reconstruyendo con identidad”. Bibani es una palabra zapoteca que significa “renacer” o “despertar”. Ahora también es un colectivo autogestivo conformado por 4 mujeres: dos arquitectas, una comunicóloga y una geógrafa.
El proyecto nació hace apenas un mes y ha avanzado. La idea es reconstruir las casas que el terremoto tiró y fortalecer las que quedaron dañadas. Están trabajando con 5 casas, todas en Ixtepec; pero han empezado a dar pláticas en otros municipios para presentar el proyecto.
Para Fer Latani, su papel en el proyecto es explicar la tierra. Dar pláticas educativas. Explicar la casa como identidad zapoteca, lo que representa la defensa de la vivienda. Ellas como arquitectas explicar todo lo que tenga que ver con la casa y su reconstrucción. Las grietas y las fracturas que determinan que sí sea perdida o no, todo de acuerdo a la propia construcción de las casas.
“Llega un momento en el que la gente nos dice: ¿y cuánto cobran para reconstruir una casa? No, nosotras no estamos cobrando por esto. Nosotros no somos una consultora para reconstruir casas, somos un proyecto colectivo de mujeres que estamos planteando esta opción”, replica.
Y el proyecto es replicable en cualquier pueblo. Se trata, básicamente, de dotar a las personas de las capacidades para que ellos lideren sus propias reconstrucciones. También dan capacitaciones a albañiles, porque son ellos a quienes contrataran para la reconstrucción de los pueblos.
Y vuelven a los pueblos abandonados, regresan pero con otro proyecto: “Usted muchacha vino a dejar despensas”, la reconocen. Y cuando el colectivo de cuatro mujeres pretende empezar con las charlas, le interrumpen: “Pero, ¿no vamos a esperar al arquitecto?” Pero no hay ningún arquitecto: son puras mujeres las que encabezan el proyecto para la defensa de la vivienda tradicional.