[vc_row type=»in_container» full_screen_row_position=»middle» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left» overlay_strength=»0.3″ shape_divider_position=»bottom» bg_image_animation=»none»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ column_link_target=»_self» column_shadow=»none» column_border_radius=»none» width=»1/1″ tablet_width_inherit=»default» tablet_text_alignment=»default» phone_text_alignment=»default» column_border_width=»none» column_border_style=»solid» bg_image_animation=»none»][vc_column_text]Vivimos tiempos en los que el pinkwashing está a la orden del día. A donde una voltee hay un sinfín de narrativas que enaltecen el “poder femenino” y pretenden adoptar valores que quieren pasar como feministas –algunas de formas más atinadas que otras, por supuesto–. Desde anuncios de productos de higiene menstrual y shampoo, hasta megaproducciones de Hollywood o telenovelas de Televisa, el “poder femenino” hoy vende y el mercado lo sabe. Esto implica una serie de matices que no podemos ignorar: si bien esta popularización del discurso feminista –por edulcorado que resulte a veces– permite que parte de la sociedad se muestre más receptiva a ciertos aspectos de la agenda del movimiento, existe también una simplificación extrema que puede estancar la discusión en una zona de confort peligrosa. Pero antes de este boom feminista en los medios y el entretenimiento, existieron algunos estallidos esporádicos que se atrevieron a irrumpir en un entorno mucho menos abierto a estos temas. Hay algo refrescante en voltear a ver estas aproximaciones pop a personajes femeninos fuertes y profundos que se remontan a antes de que éstos fueran una exigencia del mercado. Legalmente rubia, película que está por cumplir veinte años, es un ejemplo entrañable e inspirador al que vale la pena regresar.
[/vc_column_text][image_with_animation image_url=»8830″ alignment=»center» animation=»Fade In» border_radius=»none» box_shadow=»none» max_width=»100%»][divider line_type=»No Line»][vc_column_text]La historia comienza recurriendo a varios lugares comunes de las comedias románticas de su época: Elle Woods (Reese Witherspoon), presentada como una mujer estereotípicamente rubia al modo de Hollywood, está segura de que su novio de ensueño le propondrá matrimonio pronto. Sus amigas le ayudan a prepararse y se emocionan como si ellas mismas fueran quienes van a casarse. Todo parece ir de maravilla hasta que él le rompe el corazón despiadadamente anunciándole que ha decidido dar fin a su relación porque su perfil no va con los grandes planes profesionales que tiene, iniciando por su carrera en leyes en Harvard. Él necesita a una mujer seria a su lado, no a una chica frívola y superficial como ella parece ser. Elle, destrozada, decide recuperarlo –una misión que responde a las lógicas del amor romántico perpetuadas por la industria del entretenimiento– aplicando a Harvard para estudiar la misma carrera y demostrarle que es merecedora de su amor y respeto.
Hasta aquí la película no plantea una trama en absoluto revolucionaria. La magia comienza después, cuando Elle, tras conseguir una calificación casi perfecta en el examen de admisión y ser aceptada en la escuela, descubre que ni así cumplirá con los estándares de su ex y, sin embargo, decide seguir adelante y demostrar, de una vez por todas, que ni él, ni Harvard, ni nadie, podrán contra ella. Le mete ganas al estudio, presta atención en las sesiones y comienza a destacar entre sus compañeros de clase. Paso a paso va derrumbando los estereotipos que la rodean mientras se enfrenta a la incredulidad, el machismo y sus propias inseguridades. Al final les demuestra a quienes la rodean –y, de forma más importante, a sí misma– que esos obstáculos impuestos socialmente pueden ser superados, que nadie tiene el derecho de decirnos qué podemos y qué no podemos lograr.[/vc_column_text][image_with_animation image_url=»8827″ alignment=»center» animation=»Fade In» border_radius=»none» box_shadow=»none» max_width=»100%»][divider line_type=»No Line»][vc_column_text]Este viaje de la heroína es uno de autodescubrimiento y autoafirmación: después de verla actuar motivada únicamente por recuperar el amor romántico, la acompañamos mientras encuentra una verdadera pasión que no depende de nadie más que de ella. En este camino, Legalmente rubia aborda temas clave en las luchas feministas –de manera ligera y encarnadas en un personaje privilegiado, sí, pero también con una contundencia sorprendente para su época y su género–. No nos dejemos engañar por el glitter y el color rosa: la película cuestiona frontalmente temas como el acoso sexual desde posiciones de poder, el machismo interiorizado que provoca una competencia brutal entre mujeres y la discriminación de las mujeres en espacios tanto académicos como laborales dominados por hombres. También coloca a Elle como el verdadero centro de su propia historia al presentarnos un final enfocado en su éxito profesional y personal en lugar de apostarle al clásico cierre hollywoodense donde el felices para siempre sólo se da en pareja.[/vc_column_text][vc_column_text]Volver a Legalmente rubia en estas épocas saturadas de personajes femeninos fuertes e independientes es una experiencia reconfortante. El viaje de Elle Woods no llega como una cuota por cumplir con el mercado sino como un desafío a éste. Tomó un estereotipo construido y perpetuado por el sistema y, dentro del mismo, lo hizo pedacitos poniendo sobre la mesa la importancia de construir personajes femeninos complejos y profundos. Demostró que las mujeres fuertes no se ven ni se comportan de una única manera, también quienes visten de rosa y usan glitter pueden patear al patriarcado.[/vc_column_text][image_with_animation image_url=»8829″ alignment=»center» animation=»Fade In» border_radius=»none» box_shadow=»none» max_width=»100%»][divider line_type=»No Line»][/vc_column][/vc_row]