Nuestros cuerpos de mujeres resguardan uno de los misterios más grandes del universo: la vida misma. Dando una bofetada a la forma en la que dice la biblia que “el hombre fue creado”; nosotras estamos creadas a imagen y semejanza de la naturaleza que es la gestadora y paridora por excelencia, la que nutre sin distinción, sin juicio, la que tiene amor para todas y todos.
La historia y quienes la escriben se han encargado de reducir nuestra infinita capacidad de crear a parir una hija o hijo, sentenciándonos a cumplir con este tipo maternidad como un requisito incuestionable y símbolo de realización, y que además nos vendieron como una carrera heterosexual contra reloj.
Sin prisa, todas las mujeres somos madres, redondas, húmedas y tibias somos un campo fértil de posibilidades ¡miles de ellas para elegir!
Tenemos la opción de “maternarnos” primero a nosotras mismas, de cuidarnos, nutrirnos, proveernos, mimarnos y auto amarnos, tenemos también el potencial para gestar un proyecto profesional, un sueño, un anhelo, una ambición y parirlo para verlo florecer. Tenemos el canal de la encarnación, la conexión cielo – tierra para, consciente y voluntariamente ser madres de otro ser humano solas o en compañía de quien se elija.
Los territorios cuerpo y madre tierra han sido igual de violentados y explotados, pero ahora están en un despertar, descolonizándose, abrazando sus poderes mágicos y cíclicos reivindicando el poder de la sangre, del agua y del libre albedrío.
Es rico abrazar esta energía colectiva e integrarla de manera consciente desde lo más instintivo y sexual hasta lo sutil y divino para reeducarnos sobre los muchos tipos de maternidad, las miles de posibilidades, todas ellas ahí, a disposición de cada mujer para ELEGIR de qué quiere ser madre.