¿De dónde viene la pasión?, ¿de dónde la garra? Esta es la historia de Marcela y Skadi, dos luchadoras del Consejo Mundial de Lucha Libre, para quienes el trabajo, además de ser un asunto de constancia, disciplina y romper barreras, atraviesa la sangre.
En las la lucha libre prendió su mecha siendo pequeñas. A Skadi le maravilló ver cómo las luchadoras en el ring recibían los aplausos del público. Empezó a los 14 años, entrena con Marcela, para ellas la lucha libre es un trabajo de tiempo completo.
Marcela decidió dedicarse profesionalmente a la lucha libre en los años ochenta, una época en la que se enfrentó estereotipos que le decían que era un deporte muy rudo. ¿Te crees hombre?, le preguntó alguna vez su mamá, que le recordaba que su lugar como mujer era en la casa y su responsabilidad criar a sus hijos. Marcela empezó a practicar a escondidas. “Me rebelé y me puse a entrenar, me salí de las reglas”.
Aunque la lucha libre le ha permitido darle estudios y escuela a sus dos hijos, es un ámbito con prácticas machistas donde prevalece una desigualdad, “no ganamos igual que los hombres”, dice Marcela, para quien haberse ido a Japón un año a aprender de lucha fue fundamental para construir su carrera, que ha tenido que compaginar con las labores de cuidado del hogar.
En Voces de Mujeres Fabiola Rocha cuenta la historia de Marcela y Skadi, luchadoras de sangre, entrenan juntas, serían una gran dupla. Su energía y su fuerza, salen del cuerpo, del corazón y de la boca. Dejan todo en el ring.