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Concepción Santillán
Enfermera del Hospital Gonzalo Castañeda del ISSSTE «Hospital Tlatelolco».
El 2 de octubre de 1968 era un día normal de trabajo, desde el quinto piso del hospital veía pasar con entusiasmo a quienes iban a la manifestación en la Plaza de las Tres Culturas. “De repente, no me recuerdo bien el tiempo, empezaron a entrar tanques y camiones de soldados, y a rodear todo, todo, todo […] fue como a las 6 de la tarde, cuando se empezó a oír la balacera y se oían los gritos, se oía algo terrible[…] aventamos biberones y lo que podíamos a los soldados para que dejaran de disparar.”
Junto con sus compañeras y compañeros bajaron los colchones y movieron las camillas al pasillo, “para que si nos disparaban, nadie fuera a salir lesionado, yo estaba en cuneros, y saqué a los niños, les decía a las mamás: revisen las telas adhesivas y las pulseras, entreguen a sus niños a cada mamá.” Se quedaron en el hospital toda la noche esperando que la balacera parara, protegiendo a los y las pacientes.
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Conchita Montiel
Estudiante de periodismo
Conchita estudiaba en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, cerca del Metro Hidalgo, “fue inevitable que entráramos al movimiento.” Era una escuela privada y católica de jesuitas. El director era periodista y él junto con otros maestros (y maestras) permitían a los y las alumnas asistir a las marchas y mítines. “Al inicio la escuela, sí nos apoyaba, prestaban el espacio. Y una semana antes de que ocurriera la masacre nos llamaron para avisar que había cambios en el calendario escolar.” Movieron de fecha los exámenes, “quería aprobar y no pude asistir durante una semana, no estuve el día de la masacre.”
El movimiento la marcó a nivel personal y profesional, en su labor como periodista. “Me ayudo a crecer y tener otra perspectiva de la vida, a trabajar en colectivo, hombres y mujeres, unirnos como estudiantes, como amigos y amigas, y luchar por metas en común. Aprender de las historias de otros y otras y a partir de ahí construir.”
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Ether Añorve
Estudiante de Escuela Normal en Guerrero
La educación antes y después del movimiento se modificó. Primero porque hubo un paro y cierta incertidumbre. Al ver el movimiento y a los estudiantes como “rebeldes”, Díaz Ordaz hizo un enorme cambio a las reformas educativas. Ether estudiaba en Guerrero y con el cierre de las normales la trasladaron a Tamazulapan, Oaxaca. “En mi caso estaba desconectada de lo que pasaba en la capital y fue hasta que cerraron la escuela y nos movieron a todos que caí en cuenta de lo necesario y de todo lo que estaba pasando”.
Hubo un importante cambio en la conciencia social “las reformas educativas y la lucha por su mejora, trajo una educación liberadora y con una conciencia popular enorme que vemos en los y las jóvenes de ahora”.
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Esther María Alfaro
Estudiante de comercio y edecán en las Olimpiadas del 68
Esther estudiaba en la Facultad de Comercio y Administración, asistía a clases de inglés y francés en el CELE y a veces en la Facultad de Filosofía o en Ciencias Políticas. “Fue ahí donde me enteré del movimiento y decidí seguirlo. Mi familia de tonalidad “rojilla” me hacía inclinarme a las ideas de Marcuse, pero en mi casa no lo aprobaban.” Durante las Olimpiadas trabajó como edecán de prensa y cuando podía se escapaba a las marchas y mítines. “A las más asambleas que podía asistir, ahí estaba yo presente. Nunca me subí a la tribuna, pero cuando me decían, compañera repartes esto, yo decía: con el alma lo reparto. Me sentía feliz haciendo eso. Cargaba en mi portafolio el material de las olimpiadas junto al material del Comité de Huelga.” Con tristeza, Esther recuerda ver la bandera de México ondear en la inauguración de los Juegos, comenta “tal vez era yo la única que la veía ensangrentada.”
Participar en el movimiento, llevó a Esther a salir del nido de protector del padre y de la madre. La guío a ser una mujer diferente “de la escuela de monjas, a enfrentarme sola, a todo, a mis padres. Yo comencé a salir de mi esfera social, aprendí a valerme por mi misma. Marcó el hecho de que yo pude hacer muchas cosas sola, salí de esa cúpula de cuidados a enfrentarme a la vida sola.”
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Leonor Rodríguez Ramos
Estudiante de enfermería obstétrica en la ENEO, UNAM
Antes de venir a la ciudad de México, Leonor estudiaba trabajo social en la normal de Zacatecas, en el 67 se mudó al Distrito Federal e ingresó a la ENEO donde estudió enfermería obstétrica.“Yo estaba en cuarto semestre nos llegaban las noticias y había paros en la escuela, paros de dos días luego reanudamos clases, luego otro paro, hasta que un día anunciaron que ya era indefinida la huelga”.
En la ENEO formó parte de un comité de lucha, realizaba volantes con otras compañeras y los repartían. “Bertha Isabel Arévalo Rivas era la que elaboraba y yo mecanografiaba y luego lo pasábamos al mimeógrafo que había en la escuela […] sacamos copias y copias y copias, las recortamos y salíamos a los camiones a repartirlos”. El 13 de Septiembre se realizaba una manifestación desde CU hasta el Zócalo, la marcha fue disuelta por los granaderos Leonora y sus compañeras fueron encarceladas.
Sus ganas por luchar no se apagaron, el 2 de octubre asistió a la plaza de las tres culturas, “ahí como al 10 para las 7 de la noche vimos una luz verde caer del cielo y en ese momento, empezó un tiroteo”, Leonor logró esquivar las balas y esconderse en un edificio de la calle Matamoros.
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Magdalena de la Isla Montoya
Trabajadora en una clínica de planificación familiar
Magdalena trabajaba como asistente en una de las primeras clínicas de planificación familiar del país, ubicada en la calle de Guatemala, del Centro Histórico.
Junto con sus compañeras de la clínica llevaban medicamentos a los y las estudiantes que resultaban heridos durante las manifestaciones que eran reprimidas por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. “La doctora Irma Pérez Huerta, era nuestra jefa […] ella estudió en la UNAM, nos mandaba cuando yo creo ya había empezaba a haber heridos y todo eso porque nos mandó a la Academia de San Carlos.”
Todo ocurría a escondidas “podemos decir que fuiste a visitar una paciente para que no se dieran cuenta.” Para llevar los medicamentos, se debía transitar por el zócalo con miedo a ser descubiertas. En los medios de comunicación “no pasaba nada de lo que ocurría en Tlatelolco, todo estaba perfecto pero uno se enteraba por lo que decía la gente y por lo que veía. Barrían parejo.”
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María del Consuelo Valle Espinosa
Estudiante y luchadora social
“No era una muchacha especialista en algo, era ajonjolí de todos los moles. Hacía de todo, salía en brigadas y repartía propaganda en los camiones y en las plazas públicas, ayudaba en la elaboración de los carteles con serigrafía, con el mimeógrafo, de vez en cuando en la cuestión de finanzas, elaboraba mantas y asistía a todas las manifestaciones.”
María formaba parte de un grupo estudiantil en la facultad de ciencias que se llamaba El Nuevo Grupo donde redactan un periódico, La Hormiga, ella junto con otras compañeras lo vendían en la facultad. “Pero ese día (el 26 de julio de 1968) alguien nos dijo: ¿Chicas, no quieren ir a vender el periódico en el Hemiciclo a Juárez? Va a haber una manifestación. Esa fue la primera manifestación que hubo, yo fui.”
“Lo que yo viví en 1968 fue terrible”, recuerda a su madre buscando entre los rostros a sus hijos y las visitas durante dos años a Lecumberri “para acompañar de manera fraterna a mí hermano y a todos los dirigentes encarcelados.”
“No es fácil de contar […] tuve que callar muchos años,” Ahora María sabe la importancia de dar voz a sus experiencias. “Por primera vez en mi vida empiezo a hablar públicamente y no me importa quién me escuche.”
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Rita Imelda Palomo
Estudiante de Escuela Normal en Tamazulapam, Oaxaca
Rita era estudiante de en una normal para mujeres en Oaxaca. Cuando comenzaron a cerrar escuelas en otros estados, Rita y sus compañeras reaccionaron, “debíamos defender a lo que veníamos, al estudio […] a nosotras nos dijeron no vamos a salir. Si quieren que no se cierre tenemos que permanecer dentro y juntas”. Tomaron la escuela y la protegieron de la entrada de militares.”No podíamos ni salir a la calle, cuando se acababa la comida, las líderes y el propio pueblo nos llevaban que comer. Fruta, tortilla, huevo, lo que fuera”. Después de la matanza hubo cambios importantes en las normales, algunas cerraron, otras dejaron de ser secundaria y algunas se volvieron mixtas. “Yo estaba en primer año de la normal y la defendimos, incluso hasta la fecha la de Tamazula sigue siendo normal de mujeres”.
Rita recuerda aquella época y las amistades que de ahí surgieron. Una vez al año se reúne con sus antiguas compañeras, “y me gusta cuando nos dicen ustedes son las luchonas de Oaxaca. Y sí que luchamos […] somos hermanas”.
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